Me ha recomendado el médico
que beba sangre azul tres veces por semana. Por lo de las grasas
poliinsaturadas.
Qué desastre. Hace tres
horas que se ha puesto el sol, y yo sin encontrar la dentadura postiza.
Al morder cuello de una dama
con la piel estirada, creí estar chupando un tambor. Ya no hay comidas
naturales.
Eso de que mi hijo se salga
de su ataúd al amanecer y se ponga a cazar mariposas no me hace ninguna gracia.
La cena de hoy tenía la
sangre gorda; demasiado pesada para mi edad.
Texto tatuado en el cuello
del desayuno de esta mañana: ‘Consumir preferentemente antes de los 30 años’.
He quedado el primero en la
cata ciega de sangre fresca. Sólo me equivoqué en el número de plaquetas.
Llevo tres noches seguidas
soñando con una jirafa. ¡Qué cuello, qué cuello!
Estoy muy decepcionado con
mi hijo. Hoy me ha preguntado si cuando él sea conde, podrá beber leche de
vaca.
Estoy engordando. Un punto
más en el cinturón y un ataúd de una talla mayor.
Me sentí feliz cuando vi que
a mi hijo le chorreaba sangre por la comisura de los labios. ¡Pero era Ketchup!
Me niego a tomar sangre
embotellada con colorantes, conservantes, y guarradas de esas.
Peste de turistas. Todos
ellos con su ristra de ajos al cuello y la estaca para clavármela en el pecho.
Parece que mi hijo se va
enderezando. Anoche me enseñó los colmillos. ¡Olé mi niño!
Eso de que ahora las mujeres
se perfumen tanto, me está haciendo polvo el paladar. Aborrezco la
cocina-fusión.
Cada vez que veo un besugo
me dan ganas de chuparle la sangre. ¿Me estará cambiando el metabolismo?
¿Qué fue de las glamourosas
vampiresas de antaño? Cada noche me levanto en busca del cuello perdido.
Sangre congelada,
liofilizada, en spray, descremada… Mundo loco; donde se ponga un buen cuello…
Un lejano antepasado mío, el
XV Conde Drácula, llegó a morder diecisiete cuellos en una noche. Yo no paso de
dos.
Me estoy volviendo muy
selectivo: antes de morder un cuello me informo del grupo sanguíneo.
Desde que se inventó Chanel
5 ni los cuellos saben a cuello ni la sangre sabe a sangre.