miércoles, 23 de noviembre de 2011

PARÁBOLA FUTURISTA

(Fragmentos de un manuscrito anónimo fechado en el año 2059)

Hace mucho tiempo había un país en el que todo se veía negro. La economía era negra y la gente estaba negra. El dinero era negro; los días, negros también y las noches, más. La política, las aguas y hasta las páginas amarillas eran negras. Los que mandaban en aquel país, unos desde dentro y otros desde fuera, con una brocha gorda, daban nuevos toques y retoques negros.
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Cómo estarían las cosas, que se encargó a un grupo de expertos la elaboración de un Libro Blanco sobre la economía y les salió negro.
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- ¿La salida, por favor?
- ¿Ve usted aquella mancha negra que hay en el fondo?
- No.
- Pues allí está la salida.
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La Historia no guarda memoria  de cómo sucedió. Había sido de repente. Unos días antes, todo era una explosión de colores, de luces, de banderas, de sonrosados jubilados en mares azules; de luminosos fuegos artificiales en las ferias y brillantes fuegos naturales en los montes. No se sabe cómo apareció la nube negra que envolvió en un instante al país. Algunos dijeron que salió de debajo de las alfombras, y otros que estaba metida en un armario; incluso hubo quienes afirmaron haberla visto venir del extranjero.
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Los fragmentos del manuscrito reproducido se interrumpen aquí, por lo que me he permitido imaginar dos finales para que los lectores puedan elegir.

Primer final:
Todo aquello ocurrió hace muchísimos años. La vida de cada día, actualmente, parece desarrollarse con normalidad, pero en los atlas de todo el mundo aquel país sigue apareciendo gris. A pesar del tiempo transcurrido, sus gentes, sus casas, sus gobiernos y sus instituciones no consiguen superar la prueba del algodón.

Segundo final:
Un buen día todos se decidieron a trabajar más y mejor; los que gobernaban se dedicaron a gobernar; se descubrió que, bajo las toneladas de derechos que habían ido acumulándose, también había algunos deberes olvidados. Las luces y los colores fueron ganándole terreno a las sombras anteriores y, al cabo del tiempo, el único parado que quedó en aquel país fue el pelmazo de la prueba del algodón.

sábado, 12 de noviembre de 2011

POLÍTICAMENTE INCORRECTO, MA NON TROPPO


En Francia hay tantas leyes, que nadie puede estar seguro de no ser colgado
Atribuido a Napoleón Bonaparte

Madre elefante / se paseaba, embriagada, / entre los murmullos del bosque./
Caminando, su pata / aplastó a madre perdiz. / Las crías gritaron asustadas./
 Madre elefante / sintió cómo sus lágrimas / mojaban sus ojos. /Yo seré  también, /
 una madre bondadosa; / quiero daros calor. / Y, con sus cuatrocientos kilos /
 de materno amor, / se sentó dulcemente / sobre el nido.
Armand Gatti (V de Vietnam)

Dentro de pocas semanas habrá un nuevo gobierno en España, al cual quiero darle un consejo interesado, muy interesado: que a todos los cargos públicos municipales, autonómicos y nacionales con capacidad legislativa o normativa, sin merma de su sueldo, se les exima de acudir a sus respectivos despachos o de colocar las excelentísimas posaderas en sus escaños. A grandes males, grandes remedios: tras una concienzuda observación he llegado a la conclusión de que los padres de la patria son tan laboriosos e imaginativos, tan amorosos, protectores y abnegados, que, nada más montarse en el coche oficial para ir al trabajo, empiezan a pensar qué nos van a prohibir ese día para salvarnos de nosotros mismos.
El estupidario nacional se ha enriquecido recientemente con una valiosa joya. En el cartel promocional de la película Larry Crowe: Nunca es tarde, sus protagonistas (Julia Roberts y Tom Hanks) aparecen montados en una moto, ¡sin llevar el casco!, lo cual le ha costado al productor una multa de 30.000 euros porque, según el razonamiento que justifica la mordida al sentido común, se nos pretende salvar de la tentación de conducir temerariamente. La estupidez sigue el conducto reglamentario, con casco y en cascada: la Dirección General de Tráfico se ha apoyado para imponer esa sanción, retorciéndolo hasta el límite, en el artículo 52 de la Ley de Tráfico, que prohíbe la publicidad con vehículos a motor en las que se infrinjan leyes de tráfico.
Otra espada de Damocles sobre nuestras cabezas: si los diputados y diputadas elegidos y elegidas llegaran a ocupar sus escaños en vez de quedarse en sus casas, podría caernos una Ley de Igualdad de Trato, aprobada en Consejo de Ministros, que la disolución anticipada de las Cortes dejó en un limbo donde ojalá se pudra. Con tal ley en la mano, entre otras aberraciones a mitad de camino entre la hilaridad y el sonrojo, podrían empapelarnos por llamar negro a un negro o cojo a un cojo, salvo que podamos aportar pruebas que demuestren que nuestra intención no era discriminatoria (y que conste que quien esto escribe luce desde hace cinco años una discreta y elegante cojera). Olvidémonos, pues, de los chistes de negros y de cojos, y también de tartamudos, bilbaínos, catalanes, mujeres… Menos mal que siempre nos quedará Lepe. En el caso de que se llegara a aprobar, debería llamarse Ley de lo Políticamente Correcto, que nos obligaría a alcanzar la alta cota de necedad que llevó a un anónimo periodista a titular así una noticia: “Llega a la costa de Tarifa una patera con sesenta afroamericanos de Mali”.
¡Socorro! ¿Quién nos protege de nuestros protectores?

martes, 1 de noviembre de 2011

EL_FIN_DEL_MUNDO.COM

Internet se llenó y explotó. Así, de pronto, sin previo aviso. Silenciosamente, sin la trompetería del Apocalipsis, llegó el fin del mundo. ¿El fin del mundo? Seamos modestos: digamos el fin de un mundo. Cerrada la posibilidad de acudir a Wikipedia o a la prensa digital, pocos se enteraron de que cada varios millones de años se había producido un fin del mundo (o el fin de un mundo) por las más variadas causas: el choque con un  gran asteroide, la ceniza de una insaciable cadena de volcanes, glaciaciones, un ligero hipo solar de varios centenares de grados centígrados…  ¿Pero, cómo ha sido este fin de nuestro mundo? Nunca lo sabremos. Siempre hay una última gota. Quizás un anónimo internauta, en un recóndito lugar del planeta, intentó poner en el ciberespacio el último bit  de un mensaje banal. Estalló la burbuja. Creíamos que, gracias a la capacidad ilimitada de Internet, habíamos conseguido una plaza en la eternidad, pero llegó el vacío, y en el vacío no se transmite el sonido. Un mundo en el vacío es un mundo muerto.
Los motores de búsqueda dieron sus últimas boqueadas, como el pez recién sacado de su elemento. Los mil millones de enganchados a las redes sociales y a los chat se quedaron, de repente, convertidos en seres solitarios, flotando en la nada, sin esos centenares de amigos sin rostro que tenían, y también sin historia, al haberse disuelto su perfil en una dimensión desconocida. Perdida la comunicación por correo electrónico, se intentó masivamente por vía telefónica, pero la  impensada sobrecarga destrozó líneas, enlaces y antenas. Las oficinas bancarias, desconectadas de sus centros de datos, cerraron sus puertas para frenar la avalancha de los clientes que habían descubierto, aterrorizados, que sus tarjetas de crédito, “el dinero de plástico”, eran ya unos tristes e inservibles trozos de plástico. La actividad económica se paralizó; las Bolsas no podían recibir las órdenes de compra y venta de valores; las fábricas y los grandes almacenes quedaron desabastecidos al perder el contacto con proveedores y centros logísticos; las policías nacionales también lo perdieron con Interpol; los médicos, con los historiales de sus pacientes. Los más afectados fueron los servicios de inteligencia (vulgo, espías) que perdieron la escasa inteligencia que les quedaba.
Habíamos vivido bajo un techo de cristal: todo lo nuestro estaba colgado en recintos que se decían virtuales, aunque quienes husmeaban en nuestras interioridades no lo eran. Ahora somos dueños de nuestra intimidad, pero esa libertad la estamos celebrando solos, en un nuevo mundo de solitarios del que, por mucho que pulsemos “Escape” en  el inerte teclado de nuestro ordenador, no podemos escapar.
¿Habrá vida después de la vida?