sábado, 21 de enero de 2012

UN PADRE Y UNA HIJA CONVERSAN



Mi hija me llamó por ayer por teléfono para que la ayudara a montar y colgar una lámpara en su casa.

(Nota al margen. Recomiendo a los padres de hijos emancipados que mantengan las herramientas siempre engrasadas y en orden. Eso une mucho)

El trabajo parecía sencillo, pero de un manual de montaje con treinta páginas y una lámpara que necesita que se ensamblen cincuenta piezas, se puede esperar todo: incluso que un padre y una hija tengan tiempo para charlar de asuntos ajenos a la profunda duda existencial consistente en averiguar si al final lo que falta es una pieza o lo que sobra es una bolsita con cuatro tornillos.
Quizás para despojarse de la mala conciencia de que casi todo el trabajo lo estaba realizando yo mientras ella miraba, aprovechó una breve pausa para decir:
-Hay una cosa de ti que me extraña y nunca te lo he preguntado.

(N. al m. Ya lo dije antes: familia que bricol-ikea unida…)

La miré con la cara de póker más de póker de mi amplio repertorio de caras de póker, lo cual es una forma de diálogo como otra cualquiera, y la mejor prueba es que ella continuó:
-Yo nunca te he oído hacer comentarios a favor o en contra sobre eso que tanto se dice de la incapacidad de las mujeres para arreglos y chapuzas domésticas, las mujeres al volante y todas esas cosas.

(N. al m. SOS, SOS. Terreno pantanoso. Tengo que decir que mi hija está trabajando en una tesis doctoral sobre educación musical y proyección laboral de las mujeres en la música en el Siglo XIX, o algo así. Eso imprime carácter. Mucho carácter. Muchííííísimo carácter)

-Pues… esto… verás, ya que dices lo de la mujer al volante, más de una vez he pensado, aunque tienes razón, nunca ha sido en voz alta, que la mujer al volante  aporta un atractivo componente estético a la agobiante circulación…
Hice una pausa estudiada para reforzar el efecto dramático y preparar la frase final. La mano derecha de mi hija se fue engarfiando en el mango de una llave inglesa con la que había estado jugueteando desde que empezamos a trabajar. En los nudillos, blancos como el papel blanco, se traslucían sus pensamientos: “Ya salió el machismo, la mujer objeto, la cáscara, la imagen externa…”
-… y lo digo –continué- porque durante mis cincuenta años de conductor: nunca he visto a una mujer hurgándose en la nariz cuando está esperando que el semáforo se ponga en verde. Hombres, todos los días.
Mi hija sonrió…

(N. al m. Bueno, no todo está perdido, tiene sentido del humor, no sé de donde lo habrá sacado)

 ...y aflojó la presión sobre el mango de la llave inglesa.

(N. al m. ¡Ufff! Peligro ahuyentado)

-Bueno, ya tienes colgada la lámpara. Y ya que estoy aquí, voy a ver si puedo arreglar el grifo de la cocina, que he visto que gotea, el enchufe que tienes casi arrancado en el pasillo y la persiana del salón, que está atascada.
-Ah, me parece muy bien. Pero yo te ayudo. Así charlamos un poco más. Por cierto, tengo que preguntarte otra cosa relacionada con… Pero papá, ¿por qué pones cara de póker, si todavía no sabes lo que te voy a preguntar?

domingo, 8 de enero de 2012

BALANCE Y RESACA DE UNAS FIESTA



Las fiestas pasaron. La actividad se reanuda. Aquí no ha pasado nada. Ni los más optimistas recuerdan ya que, durante unos segundos, llegaron a pensar, e incluso a creer, que el cambio de año iba a cambiar algo.
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Superadas las resacas gastronómicas y las sentimentales, cerrado hasta el año que viene el baúl de los tópicos –con naftalina, por favor, que no se apolillen-, el balance de las fiestas es decepcionante: un punto más en el cinturón y una espantosa corbata nueva en el armario.
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El calendario dice que las fiestas pasaron, pero la corbata seguirá siendo una pesadilla hasta que le caiga la salvadora mancha de salsa vinagreta. A partir de ese momento, la vida podrá empezar a verse con cierto optimismo.
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Otra reflexión para el optimismo, o para el pesimismo, a elegir: por mal que vayan las cosas, siempre pueden ir peor, así que hay que plantarle cara al ajustado bisiesto que nos amenaza y conformarse con la corbata que, bien mirada, y cuando uno se acostumbra, no resulta tan espantosa y, además, la mancha de vinagreta casi no se nota.
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Lo siento por los supervivientes que hayan llegado a esta última píldora, pero, hasta donde alcanza mi memoria, estas fiestas siempre me han provocado un bajonazo anímico talla XXL. Cómo será que quise hacer mi primera obra buena del año con un alegato contra la guerra y el racismo en clave de humor, y hasta el humor me salió negro:
“¡Al negro, al negro!”, fue lo último que oyó el Rey Baltasar un segundo antes de que la piedra le diera de lleno en el turbante.
“Paz en la tierra a los hombres de buena voluntaaaaAAAY”, dijo el ángel, allá en Belén, a un vuelo del Golfo Pérsico, cuando un misil con cabeza nuclear le desplumó un ala.