Mi hija
me llamó por ayer por teléfono para que la ayudara a montar y colgar una
lámpara en su casa.
(Nota al margen. Recomiendo a los padres de hijos emancipados
que mantengan las herramientas siempre engrasadas y en orden. Eso une mucho)
El
trabajo parecía sencillo, pero de un manual de montaje con treinta páginas y
una lámpara que necesita que se ensamblen cincuenta piezas, se puede esperar
todo: incluso que un padre y una hija tengan tiempo para charlar de asuntos
ajenos a la profunda duda existencial consistente en averiguar si al final lo
que falta es una pieza o lo que sobra es una bolsita con cuatro tornillos.
Quizás
para despojarse de la mala conciencia de que casi todo el trabajo lo estaba
realizando yo mientras ella miraba, aprovechó una breve pausa para decir:
-Hay
una cosa de ti que me extraña y nunca te lo he preguntado.
(N. al m. Ya lo dije antes: familia que bricol-ikea unida…)
La miré
con la cara de póker más de póker de mi amplio repertorio de caras de póker, lo
cual es una forma de diálogo como otra cualquiera, y la mejor prueba es que
ella continuó:
-Yo nunca
te he oído hacer comentarios a favor o en contra sobre eso que tanto se dice de
la incapacidad de las mujeres para arreglos y chapuzas domésticas, las mujeres
al volante y todas esas cosas.
(N. al m. SOS, SOS. Terreno pantanoso. Tengo que decir que mi
hija está trabajando en una tesis doctoral sobre educación musical y proyección
laboral de las mujeres en la música en el Siglo XIX, o algo así. Eso imprime
carácter. Mucho carácter. Muchííííísimo carácter)
-Pues…
esto… verás, ya que dices lo de la mujer al volante, más de una vez he pensado,
aunque tienes razón, nunca ha sido en voz alta, que la mujer al volante aporta un atractivo componente estético a la
agobiante circulación…
Hice
una pausa estudiada para reforzar el efecto dramático y preparar la frase
final. La mano derecha de mi hija se fue engarfiando en el mango de una llave
inglesa con la que había estado jugueteando desde que empezamos a trabajar. En
los nudillos, blancos como el papel blanco, se traslucían sus pensamientos: “Ya
salió el machismo, la mujer objeto, la cáscara, la imagen externa…”
-… y
lo digo –continué- porque durante mis cincuenta años de conductor: nunca he
visto a una mujer hurgándose en la nariz cuando está esperando que el semáforo se
ponga en verde. Hombres, todos los días.
Mi
hija sonrió…
(N. al m. Bueno, no todo está perdido, tiene sentido del humor,
no sé de donde lo habrá sacado)
...y aflojó la presión sobre el mango de la
llave inglesa.
(N. al m. ¡Ufff! Peligro ahuyentado)
-Bueno,
ya tienes colgada la lámpara. Y ya que estoy aquí, voy a ver si puedo arreglar
el grifo de la cocina, que he visto que gotea, el enchufe que tienes casi
arrancado en el pasillo y la persiana del salón, que está atascada.
-Ah,
me parece muy bien. Pero yo te ayudo. Así charlamos un poco más. Por cierto,
tengo que preguntarte otra cosa relacionada con… Pero papá, ¿por qué pones cara
de póker, si todavía no sabes lo que te voy a preguntar?