Hoy es el Día Universal del Niño
Ahí están. No los vemos,
pero están ahí. Anónimos. Algunos merecen el ¿privilegio? de saltar a los
periódicos. Casi ninguno en portada. Desde el interior nos miran, sorprendidos,
rompiéndonos el alma durante el breve tiempo que transcurre hasta que pasamos
la página. Con la profundidad y desolación de sus miradas parecen decirnos que
no entienden nada, que ellos, simplemente, pasaban por aquí, por la vida, no
saben por qué ni para qué. Son los otros niños-objeto.
Los niños siempre han sido
niños-objeto. Es tan fácil utilizar a los niños. Los niños-objeto de siempre,
los de toda la vida, eran y son esos pequeños seres repeinados y vestidos, como
escapados de un figurín, utilizados por la publicidad como una vulnerable diana
consumista, y por los padres como signo externo de prestigio social. O aquellas
otras aburridas criaturas que bostezan mientras da vueltas y más vueltas el
tren eléctrico que su padre le regaló para enterrar un lejano deseo.
Pero los que duelen son los
otros. Los otros niños-objeto no son utilizados por la vanidad o la
frustración, sino por el odio y la violencia. La utilización de los estos otros
niños-objeto, más que pena, inspira terror. Son los niños secuestrados para
extorsionar económicamente a sus padres; los utilizados por sus propios padres
para extorsionar a la otra parte en los procesos de separación matrimonial; los
niños vendidos en el mercado de adopciones, de órganos o de sexo; los niños
maltratados, muertos y violados; los niños sucios, desnutridos y, a veces,
drogados para su uso en el oficio de la mendicidad; los niños reventados en los
conflictos bélicos; los niños-soldado que nunca llegarán a ser niños, a secas…
Pero, ¿para qué
preocuparnos? Siempre cabe el recurso a la tranquilizadora anestesia que nos
haga soñar que creemos en los milagrosos efectos de un festivo Día Universal
del Niño o de unas sesudas Jornadas sobre la Infancia.
Felices sueños.