viernes, 7 de octubre de 2011

APUNTES DEL VERANO (y III)

 El Glamour
Veraneando en un lugar calificado de glamouroso por la prensa del corazón y de otras parcelas anatómicas ubicadas dos palmos más al sur, dediqué una parte de mi tiempo a sentar las bases de una nueva ciencia: la Glamourología.
Mis reflexiones y observaciones no me llevaron a puerto definitivo, acabando en un cúmulo de pinceladas inconexas, interrogantes sin respuesta e hipótesis sin verificar, lo cual me dejó bastante satisfecho, porque la sabiduría es una hija de la duda.
El glamour ha puesto en cuestión la física y la metafísica; a saber: incomprensiblemente, es al mismo tiempo sólido, líquido y gaseoso; tangible e intangible; ha pulverizado el dilema shakesperiano del “ser o no ser”, porque el glamour “es y no es”; ha obligado a reformular el Principio de Arquímedes (“Una persona sumergida en glamour experimenta un empuje vertical hacia arriba equivalente al peso de la envidia que provoca”).
Los glamourosos se alimentan de humo (salir en una foto de revista, recibir una invitación a un coctel en una casa bien...), pero, cuando necesitan una alimentación más sólida, parece ser que tienen la obligación de ir a comer, bajo pena de invisibilidad e inanición, a todas las cenas benéficas que organizan los glamourosos pata negra.
La aproximación zoológica al colectivo nos descubre una amplia variedad: nuevos ricos, viejos pobres, pijos, progres, esnobs, play boys, gente insustancial que sale en la tele porque es famosa porque sale en la tele, personajes de mariposeado y cambiante ayuntamiento (y no me refiero a esa institución espesa y municipal que pone multas y hace como que barre las calles, sino a la acción y efecto de ayuntarse o ajuntarse). En cualquier caso, afinando en el análisis, se pueden identificar las diferentes clases, desde un glamour pueblerino y casposo hasta el odorífero y exquisito de los cenáculos selectos.
Me ha parecido detectar en el glamour las trazas y características de una religión adoradora de las diosas Frivolidad y Fortuna: tiene grandes profetas (Dior, Saint Laurent…); libros sagrados (la revista Vogue, entre otros), textos de catequesis iniciática (Hola, Lecturas…), templos (las pasarelas de la moda), grandes santuarios (las alfombras rojas y, muy especialmente, con rango catedralicio, la de la entrega de los Oscar), sumos sacerdotes (gurús que dictan modas y tendencias que, cuando hablan ex cátedra, que es siempre, crean doctrina); creen en la vida eterna (la eterna belleza, la eterna juventud)…
La pelota queda en el tejado de las universidades, que debieran pensar muy seriamente en crear el grado de Glamourología. La aproximación científica a esa materia requeriría la multidisciplinar conjunción de departamentos de psicología, zoología, sociología, antropología, economía, periodismo, y la supervisión de una señora, por sorteo entre las suscriptoras de Hola. Ya quisieran muchas titulaciones universitarias tener tanta sustancia y contenido. Y si a las universidades les faltase audacia para llegar tan lejos, habría que promover otras iniciativas: un curso de verano, un parque temático, un espacio protegido, un centro de interpretación… El glamour es un tema de estudio demasiado serio y alguien tiene que poner los medios, porque si no, como se extinga la especie, va a venir Greenpeace y la va a liar, como con las ballenas.

2 comentarios:

  1. Lo que más me gusta es la remodelación del principio de Arquímides. Eres genial, Javier, tus comentarios se asemejan a los de Javier de Burgos a los del desaparecido Capmany. Me encantan.

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  2. Demasiado crítico para mi gusto. Tanta ironía mata el alma

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