En Francia hay tantas leyes, que nadie puede estar seguro de no ser colgado
Atribuido a Napoleón Bonaparte
Madre elefante / se paseaba, embriagada, / entre los murmullos del bosque./
Caminando, su pata / aplastó a madre perdiz. / Las crías gritaron asustadas./
Madre elefante / sintió cómo sus lágrimas / mojaban sus ojos. /Yo seré también, /
una madre bondadosa; / quiero daros calor. / Y, con sus cuatrocientos kilos /
de materno amor, / se sentó dulcemente / sobre el nido.
Armand Gatti (V de Vietnam)
Dentro de pocas semanas habrá un nuevo gobierno en España, al cual quiero darle un consejo interesado, muy interesado: que a todos los cargos públicos municipales, autonómicos y nacionales con capacidad legislativa o normativa, sin merma de su sueldo, se les exima de acudir a sus respectivos despachos o de colocar las excelentísimas posaderas en sus escaños. A grandes males, grandes remedios: tras una concienzuda observación he llegado a la conclusión de que los padres de la patria son tan laboriosos e imaginativos, tan amorosos, protectores y abnegados, que, nada más montarse en el coche oficial para ir al trabajo, empiezan a pensar qué nos van a prohibir ese día para salvarnos de nosotros mismos.
El estupidario nacional se ha enriquecido recientemente con una valiosa joya. En el cartel promocional de la película Larry Crowe: Nunca es tarde, sus protagonistas (Julia Roberts y Tom Hanks) aparecen montados en una moto, ¡sin llevar el casco!, lo cual le ha costado al productor una multa de 30.000 euros porque, según el razonamiento que justifica la mordida al sentido común, se nos pretende salvar de la tentación de conducir temerariamente. La estupidez sigue el conducto reglamentario, con casco y en cascada: la Dirección General de Tráfico se ha apoyado para imponer esa sanción, retorciéndolo hasta el límite, en el artículo 52 de la Ley de Tráfico, que prohíbe la publicidad con vehículos a motor en las que se infrinjan leyes de tráfico.
Otra espada de Damocles sobre nuestras cabezas: si los diputados y diputadas elegidos y elegidas llegaran a ocupar sus escaños en vez de quedarse en sus casas, podría caernos una Ley de Igualdad de Trato, aprobada en Consejo de Ministros, que la disolución anticipada de las Cortes dejó en un limbo donde ojalá se pudra. Con tal ley en la mano, entre otras aberraciones a mitad de camino entre la hilaridad y el sonrojo, podrían empapelarnos por llamar negro a un negro o cojo a un cojo, salvo que podamos aportar pruebas que demuestren que nuestra intención no era discriminatoria (y que conste que quien esto escribe luce desde hace cinco años una discreta y elegante cojera). Olvidémonos, pues, de los chistes de negros y de cojos, y también de tartamudos, bilbaínos, catalanes, mujeres… Menos mal que siempre nos quedará Lepe. En el caso de que se llegara a aprobar, debería llamarse Ley de lo Políticamente Correcto, que nos obligaría a alcanzar la alta cota de necedad que llevó a un anónimo periodista a titular así una noticia: “Llega a la costa de Tarifa una patera con sesenta afroamericanos de Mali”.
¡Socorro! ¿Quién nos protege de nuestros protectores?
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