Si yo les digo que hay una obra de teatro titulada “Tú y yo somos tres”, y que la protagonista de dicha obra se casa por poderes con un señor al que no conoce, y que cuando aparece resulta que el señor es una pareja de hermanos siameses, quienes conozcan el teatro de Ionesco, considerado uno de los padres del teatro del absurdo, pensarán que ese disparatado argumento es propio de él. Pero su autor fue Enrique Jardiel Poncela, y se estrenó en 1945, cinco años antes de que Ionesco estrenara su primera obra (“La cantante calva”, 1950). Con razón se ha dicho que Jardiel Poncela (y tampoco hay que olvidar a Mihura), es el auténtico creador de una corriente teatral cuya paternidad se autoatribuyó Francia.
Este mes se cumplen 60 años
de la muerte de Jardiel. Perteneció a un grupo de humoristas considerados, con
justicia, “La otra generación de 27”. En su teatro se encuentran algunas de las
mejores obras del teatro español del siglo XX; también escribió novelas,
guiones cinematográficos y relatos cortos. Hurgando en sus antologías se pueden
encontrar otras perlas, no por inclasificables menos magistrales.
Pero hoy quiero recordar
otra de sus facetas: los aforismos. Tengo ante mí una de las joyas de mi
biblioteca: una primera edición (1937) de
“Máximas mínimas”, 535 frases
clasificadas por temas.
Sin renunciar a su toque de
humor, las máximas parecen escritas en el diván del psicoanalista; en la
mayoría de ellas se reflejan, más que en el resto de su obra, fobias, manías, desengaños y amarguras. De
haber vivido en los tiempos actuales, el feminismo rampante, aliado con las
facciones de lo políticamente correcto, lo hubieran crucificado por su
misoginia militante. Un guiño para twitteros: como su propio título indica, las
máximas son mínimas: salvo excepciones, tienen menos de 140 caracteres. Y sin
más, paso a copiar algunas.
- El abrazo de una mujer puede no dejar huella ninguna en el alma, pero siempre deja alguna huella en la solapa.
- En la vida humana sólo unos pocos sueños se cumplen; la gran mayoría de los sueños se roncan.
- Los muertos, por mal que lo hayan hecho, siempre salen en hombros
- La ausencia de vanidad del hombre se comprueba al observar que ni usa ni ha usado nunca sostén.
- Viendo lo pequeños que son los pañuelos de las mujeres se comprende lo poco que duran sus llantos.
- Ya no se encuentran virtuosas ni entre las violinistas.
- A la mujer un ronquido se le perdona peor que un pasado.
- Las mujeres tienen las mismas costumbres de los salvajes: adornarse con plumas, colgarse aros de las orejas, pintarse la cara y vivir conquistando a los vecinos.
- Hay dos sistemas de conseguir la felicidad: uno, hacerse el idiota; otro, serlo.
- Suicidarse es subirse en marcha a un coche fúnebre.
- Los tontos no quieren más que a los que les adulan, y los listos, ni a esos.
- Cuando una mujer le vuelve a un seductor la espalda, casi siempre es para lucirla.
- Lo que más embrutece en cuestiones de arte es hablar a menudo con grandes artistas.
- El médico de cabecera está siempre a los pies de la cama.
- Únicamente los médicos que los auscultan, pueden estar ciertos de que los humanos tengan corazón.
- No existe más que una cosa que produzca más daño que la mentira: la verdad.
- Un buen amigo os dirá siempre la verdad, salvo en el caso de que la verdad sea agradable.