Si Larra levantara la
cabeza, ¿volvería a escribir su artículo “Vuelva
usted mañana”?
Cuando se observa la
peculiar dinámica laboral (¿dinámica?) que se desarrolla al otro lado del
mostrador de muchos departamentos de la administración pública es difícil
reprimir el pensamiento de que, con tanta gente pululando por aquel territorio,
lo más probable es que cada uno confíe en que sean los demás los que tiren del
carro.
Mis eventuales e
improbables, pero siempre inteligentes, lectores quizás no necesiten el apoyo
de parábolas, pero ya que pasaban por aquí, que la lean. Si quieren.
En aquel tiempo, en un lugar que no viene
al caso y con una finalidad que no establece la historia, hallábanse empujando
una roca asaz voluminosa cierto número de personas que, una vez contadas,
resultó ser de veinte. Pese al empuje de dichas gentes, la piedra permanecía
inmóvil, diríase que anclada al suelo.
Paseando a la sazón por el lugar dos
hombres que polemizaban sobre asunto ajeno a nuestra historia, quedáronse
mirando el estático conjunto que componían la piedra y quienes, con vano
esfuerzo, la empujaban.
Y el paseante primero sentenció: “Así es Imposible
que se mueva”. Nada dijo el paseante segundo, mas afirmó, con un gesto, su
acuerdo con la sentencia de su acompañante.
Apenas hubo oído el encargado de mover la
roca tan seguro dictamen, pensó sacar provecho de ello, y dirigióse a los
paseantes con zalamera humildad: “Tengo por cierto que tan doctos señores
sabrán cómo podría moverse esta piedra. ¿Sería excesiva demanda a su bondad una
pequeña ayuda encaminada a tal fin?”
Los halagados paseantes cruzaron entre
ellos sus miradas y acordaron prestar su ayuda. El primero dijo: “Si con veinte
personas no se mueve, empujad con cuarenta”.
Asombróse el encargado de tan sabio consejo
y dispúsose a cumplirlo. Fueron llamadas otras veinte personas y, junto con las
anteriores, aplicadas al arrastre de la piedra. Mas la piedra permaneció
inmóvil.
En el silencio que sucedió al estéril
esfuerzo, oyóse la voz del segundo paseante ordenando: “Si con veinte personas
no se mueve, separa a diez y empuja sólo con diez”.
Hízose
así y, en medio de mucho asombro, se cumplió el prodigio de que la piedra,
empujada por diez personas, se movió con facilidad y gran júbilo de quienes tan
sabiamente habían sido aleccionados.
El que tenga ojos, que vea; el que tenga
oídos, que oiga.
Magnífico Javiar, por le forma, por el contenido, por la sátira de la Administración. Tú eres capaz de hacerlo, escribe más parábolas y publica unos evangelios apócrifos. ¡fantástico! de lo mejor que he leído. Un abrazo Carmen
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