viernes, 18 de mayo de 2012

EL ENIGMA DE LA PIEZA SOBRANTE DE IKEA



Dedicatoria:
A los millones de héroes anónimos que compraron un mueble en IKEA con la esperanza de poder entender el manual de montaje y la ilusión de llevarlo a buen fin sin que les sobraran piezas.

El asunto no admite marcha atrás: voy a escribir un best seller de éxito mundial. Las decisiones más importantes ya están tomadas: la novela tendrá 800 páginas y las primeras ediciones, con tapa dura, se venderán a 25 euros. La edición de bolsillo, que se lanzará nueve meses después, se encajará en unas 650 páginas a un precio de 17 euros. Los derechos para hacer la película y, posteriormente, la miniserie televisiva, serán negociables con la única condición de que el personaje principal no lo interprete Javier Bardem, salvo que jurase o prometiese que su madre no asistiría al estreno para montar el numerito con la pancarta. Todo está muy estudiado; solo falta rematar algunos flecos secundarios: escribirla, decidir la editorial, etc.
He estudiado muy a fondo los best sellers que han alcanzado de manera sostenida los primeros puestos en las listas de ventas para identificar y aplicar sus características más constantes y reiteradas.
Todos ellos gravitan en torno a un objeto, normalmente de contenido religioso, que una serie de sociedades secretas buscan o protegen o intentan destruir: el Santo Grial, el Arca de la Alianza, la Sábana Santa, el Lignun Crucis, un pelo de la barba del Profeta, una tumba faraónica… El primer gran hallazgo de mi novela es que el objeto central tiene una naturaleza laica: está constituido por las piezas que siempre sobran y que no encajan en ningún sitio, cuando ya se ha dado por terminado el fatigoso esfuerzo de montar los muebles de IKEA: un estante del armario, una rueda del carrito, una pata de la mesa, un aspa del ventilador, un trozo de tabla de dudosa utilidad…  El protagonista intuye que debe de haber algo más que casualidad cuando, sistemáticamente, ocurre tal cosa. La novedad de mi novela estriba, pues, en el carácter no religioso del objeto, lo cual no evita que, al menos, haya que revestirlo de un aura esotérica: observando minuciosamente esas piezas, se descubren en ellas unos arañazos que, aunque en principio parecen provocados por un trato descuidado en el almacenaje o en el transporte, se sospecha que forman parte de un mensaje cifrado que solo se completará cuando se hayan podido encontrar todas las piezas sobrantes en los montajes de los muebles del famoso fabricante sueco.
El protagonista que ha descubierto el asunto acomete la ingente tarea de recoger y almacenar todas esas piezas valiéndose de sus habilidades para entrar en el sistema informático de IKEA y seguir la pista del medio millón de muebles diarios que vende en todo el mundo. El esfuerzo es titánico, pero lo más grave es que hay un grupo que trata de impedirlo. Esa es otra de las características irrenunciables en un best seller que se precie. Hasta ahora, los grupos en la sombra que actuaban en las novelas de mayor éxito eran los Templarios, el Opus Dei u otros varios de corte masónico o mafioso. También era imprescindible que se descubriera que Leonardo da Vinci había dejado pistas ocultas en alguno de sus cuadros y Mozart, declarado masón, en sus composiciones. No me importa desvelar que una de las muchas genialidades de mi novela será que la sociedad secreta que trata de encontrar el almacén donde se guardan las piezas es el Fútbol Club Barcelona. El protagonista descubre que su imagen pública de club de fútbol es una tapadera, y la frase “El Barça es más que un club”, la contraseña secreta de identidad de sus miembros. También descubre, al avanzar en la investigación, que el modelo que le sirvió a Leonardo para pintar la Mona Lisa fue Johan Cruyff, y la ópera de Mozart que más simbología masónica contiene, “La flauta mágica”, se tituló originariamente “El pito mágico”, en clara referencia al silbato de los árbitros.
El final de la novela no lo voy a contar, Quien quiera conocerlo, que pase por caja. Me voy a forrar. A ver si mañana tengo un rato libre y la escribo.

lunes, 7 de mayo de 2012

CARTA DE UN CADÁVER CIVIL AL DEFENSOR DEL PUEBLO



Respetado Señor:
Me llamo Buenaventura Grande y Grande, nombre que me ha acompañado desde que nací, y no sé para qué. He estado dudando hasta el último momento si enviarle esta carta a usted, al juez de guardia o al psiquiatra de cabecera, pero creo que usted es, ya, mi última esperanza.
Una vez que me dirigí al psiquiatra debí de pillarle en un mal día y, apenas llevaba una hora  contándole mis problemas, se dirigió a la puerta y dijo: “Que pase el siguiente”. El juez, por su parte, cada vez que le llamo para decirle que soy un cadáver civil, me contesta que él solo va a los sitios para levantar cadáveres de los de toda la vida, que por un cadáver civil no se iba a molestar y que me levante solo.
Porque de eso se trata, señor: soy un cadáver civil. No existo para la sociedad. Sin embargo, yo me veo en los espejos; miro al suelo y veo mi sombra; tengo, pues, razones de peso para pensar que existo. Pero no, no existo. Y si existo, soy invisible. No formo parte de la opinión pública. Todos los días leo encuestas sobre la intención de voto, la popularidad de los políticos, los libros leídos en el último mes, las marcas de detergentes o de tejanos… Bueno, pues ¿podrá usted creer  que nunca, nunca, han tenido los encuestadores la deferencia de preguntarme algo? Ni la hora.
Lo de las televisiones también tiene su miga. En la televisión han contado su vida, sus problemas y sus intimidades todas las personas censadas y algunas más que pasaban por allí. Todos menos yo. Quiero una oportunidad. Quiero hacer las paces con mi vecino del 3º B porque andamos un poco disgustadillos por una tontería. Verá usted, su perro se hizo caquita en el descansillo de la escalera, delante de mi puerta, y yo metí la caquita en su buzón de correos y después estuvimos un rato recordando, alternativamente, a los antepasados del otro. Un disgustillo, oiga, y yo quiero que hagamos las paces en televisión, como todo el mundo.
También quiero ir a esos programas que hay de amores desgraciados para pedirle públicamente a mi santa institución, o sea, la Engracia, que se ponga un liguero negro el sábado por la noche, porque, cuando se lo pido en la intimidad, asoma los rulos del pelo por encima del Hola y le dice a la Princesa de Asturias: “¡Vaya curda trae hoy el Casanova, Letizia!”
No quiero cansarle más, señor. Solicito su amparo para que la sociedad sepa que existo. Para conmoverle y convencerle he dejado para el final el detalle de la más refinada crueldad: mire usted si me dan poca importancia, que soy el único habitante de este país al que Garzón nunca le pinchó el teléfono cuando hablaba con su abogado.
Siempre a sus pies, su seguro y muy humilde servidor.