En
aquel tiempo había dos prestidigitadores de asaz notoriedad cuya fama corría
por todo el lugar, haciéndose lenguas de sus artes y habilidades caminantes y
mercaderes, arrieros y sacamuelas, alcahuetas y sangradores, capadores y
clérigos, busconas y pillos de todos los pelajes. Hasta en la intimidad umbría
de los más inexpugnables claustros conventuales, filtradas las nuevas del mundo
por las rendijas de tornos indiscretos y de no más discretos capellanes,
hablábase entre avemaría y avemaría del truco prodigioso que cada uno de los
prestidigitadores hacía.
Porque
lo más notable del caso era que la merecida fama de los dos artistas basábase
en un solo juego, pero realizado con perfección nunca vista; hasta olvidábase la
buena gente de respirar, tal era la atención para descubrir el truco que, hasta
los más simples sabían, debíase esconder tras de sus hábiles manipulaciones.
Iniciaba
el primer prestidigitador su juego mostrando a la gente una moneda de plata.
Después, quitándose el sombrero, la echaba dentro con gran aspaviento. La
moneda desaparecía y nunca ojo de cristiano o de judío volvía a verla por los
siglos de los siglos.
Obraba
el segundo prestidigitador de forma parecida al primero pero terminando el
juego de manera distinta: después de enseñar la moneda de plata y de echarla
dentro del sombrero, ponía éste del revés y, ¡oh, prodigio!, salían dos
monedas.
Ambos
trucos eran notables y quienes los veían inclinábanse por el uno o por el otro
y discutían con los de parecer opuesto las habilidades de su favorito.
Entre
los primeros hallábanse prestamistas, recaudadores, corregidores, escribanos y
funcionarios que administran las cosas públicas haciendo desaparecer con poco
provecho tributos y regalías, y entre los segundos, mercaderes, artesanos y
gentes laboriosas de industria y negocio.
En
verdad, en verdad os digo que en circo mucho mérito es hacer desaparecer las
cosas y de gran dificultad, también, hacer que se multipliquen. Mas no en la
vida real, donde causa asaz quebranto la plata que desaparece y mucho gozo la
que se multiplica.
El
que tenga ojos, que vea; el que tenga oídos, que oiga.
¡A ver; vamos por partes! El primer prestidigitador es el Estado: Mete la moneda de los impuestos que pagas a su sombrero y todo desaparece. El segundo manipulador es el banco; dice que multiplica tus ahorros, pero nunca te lo retribuye en realidad y si te duermes, desaparece con todo. ¡En el mundo estamos! Yo por eso no asisto a ese tipo de espectáculos ¡y es literal!
ResponderEliminarGracias por la amena parábola.
Querido amigo: estoy de acuerdo contigo; observa que entre los admiradores del primer grupo, el de los depredadores, meto a los prestamistas, o sea, a los bancos. En el segundo están los artesanos y mercaderes, que, aunque a veces también desaparecen con nuestro dinero, en general son tan sufridores como los ciudadanos de la ciudad y los villanos de la villa y, por supuesto, los únicos que van a crear riqueza.
EliminarPerdona la apología de la empresa, pero he sido durante treinta y seis años director de una con 400 trabajadores y creo firmemente que el sistema de libre empresa es el peor de los sistemas,,, si exceptuamos a todos los demás.
Mi agradecimiento como siempre por saber sacarle punta al lápiz romo con el que escribo.
Javier