Canción fúnebre por Kodak
“Vacaciones sin Kodak son vacaciones
perdidas”, rezaba, hacia
la mitad del siglo pasado, el eslogan de la marca que llegó a ser el nombre
genérico de las cámaras fotográficas. El más que probable cierre empresarial de
Kodak, que por una garrafal falta de visión de futuro no apostó con suficiente
ímpetu por la fotografía digital, me llena de nostalgia.
Con esta
introducción se podrá entender por qué a una señora que vi, en un reciente viaje
a Italia, delante de la catedral de Milán, le otorgué con todos los honores y
versallesca reverencia el título de Gran Señora. En medio de una boscosa
aglomeración de manos arriba asiendo cámaras digitales y otros artilugios que
han banalizado la fotografía, mi desconocida y apreciada Gran Señora, después
de ajustar los valores de su cámara analógica (diafragma, velocidad, enfoque…),
cerrando con elegancia el ojo izquierdo, como haciendo un guiño cómplice al
tiempo pasado, la aproximó al derecho y, mirando por el visor, inmortalizó, ¡en
un carrete fotográfico!, la bellísima fachada catedralicia. Era un raro
ejemplar, superviviente de una especie en extinción. Escondí en un bolsillo con
gesto vergonzante mi cámara digital, recordando otros tiempos en los que yo,
con una pasión heredada de mi padre, hacía las fotografías que quería y como
quería, mientras que ahora las hace la cámara como ella quiere.
Al escribir este
apunte de mi viaje al norte de Italia viene a mi memoria una divertida historia
de otro viaje en la que una cámara fotográfica jugó un papel importante. Es la
siguiente.
¡Qué noche aquella, cuando
yo entré y salí del armario!
Ocurrió hace
más de veinte años en un hotel de El Cairo. En el grupo con el que viajábamos
mi esposa y yo, las mujeres ostentaban (y casi detentaban) una aplastante
mayoría. Desde el comienzo del viaje me rodeó un aura de experto en fotografía
debido a que llevaba, en una pequeña mochila, un par de objetivos intercambiables, y también por mis
contorsiones e inverosímiles posturas a la hora de buscar un encuadre original.
Como consecuencia de mi fama, el mujerío se arremolinaba a mi alrededor para
que les cargara la cámara con el carrete que acababan de comprar, para que les
dijera cómo funcionaba e, incluso, para que yo mismo les hiciera la foto del
grupo de amigas al lado de un camello.
Un día acudió
a mi consultorio volante una señora porque el carrete no avanzaba. Tras una
somera peritación dictaminé que la cámara se había bloqueado y, ante el gesto
de desamparo de su propietaria, me comprometí a desbloquearla cuando llegáramos
al hotel. “Eso sí -le advertí- tengo que abrir la cámara y se va a velar el
carrete que tiene dentro”. Del desamparo pasó a la desolación y uno, que
tenía que estar a la altura de su fama, avanzó un paso más en su oferta de
servicios: “Voy a abrirla en la mayor
oscuridad posible para sacar el carrete sin que se vele. Dentro de una hora,
cuando anochezca, pasaré por tu habitación”. Así lo hice, y le pedí a mi
cliente que apagara la luz, bajara las persianas y corriera las cortinas, cosa
que hizo, pero aún así se filtraba un poco de luz exterior, por lo que no tuve
mejor idea que meterme en el armario. A tientas abrí la cámara, saqué el
carrete, lo rebobiné a mano, quedando salvado dentro de su chasis, cerré la
cámara y comprobé que funcionaba perfectamente. Misión cumplida.
Justo en el
momento en que yo salía del armario se abrió la puerta del pasillo, se encendió
la luz y entró la compañera de habitación. Su cara de perplejidad es
imaginable, y también lo que pensaría ante la escena: su amiga en una
habitación a oscuras y un tipo saliendo del armario con una cámara de fotos en
la mano; ¡vaya peliculón! El asunto quedó aclarado, incluso ante mi mujer, pero
algunas dudas debieron de quedar en el grupo porque a partir de aquel día
aumentó mi clientela.
Admirable, por decir lo menos, el o la que todavía utilice una cámara análoga para una excursión fotográfica. Yo, un mar de conocimientos, pero con un milímetro de profundidad en asuntos fotográficos, declaré día cívico con homenaje en plaza mayor a mi vieja análoga reflex, le agradecí infinitamente todas la experiencias hermosas, los amigos(y amigas)con las mismas inquietudes que las tuyas y con las mismas soluciones, (pero sin armario)y me hice a una digital compacta sin remordimientos. ¡Se amplió el horizonte! Y cerré esa etapa llena de negativos y copias por todas partes. Por otro lado, ya no tenía que restringir mis ansias de imagen porque "se me acaba el carrete y están muy costosos" Ahora tengo una bonita Canon eos rebel t3 y aunque a veces lo hago artesanalmente, despacio, calculando cada imagen, probando, ensayando, no tengo la espada del final del carrete sobre los hombros y puedo investigar sin reparos; disparo, miro; guardo o borro. Sencillo. Es linda la nostalgia, pero no como para hacer de ella un armario y meterse a desenredar el carrete de la vida.
ResponderEliminar¿Qué puedo decirte, querido amigo? Nadie puede ir contra sus propios hechos, dicen que se dice en el lenguaje judicial, y yo confieso en mi entrada que viajaba con una cámara digital. Tu comentario, aunque crítico, liviano como un pellizco de monja, me obliga (grata obligación) a varias reflexiones.
EliminarLa nostalgia. A la nostalgia la suelo tratar con el cariño irónico que reservo para amigos (personas y cosas) que amo. Si no asomó la ironía, es por un fallo del escribidor que suscribe.
La fotografía digital tiene todas las ventajas que dices, más otra, la más importante: que nos humaniza. En efecto, una de las cosas que diferencia a los hombres de los animales es que continuamente tenemos que elegir, y ¿te parece poco tener que elegir, entre las tres mil fotografías que hacemos en una tarde, las tres únicas que tienen un cierto interés?
Cuando digo que la fotografía digital ha banalizado la fotografía es porque la cantidad nos ha llevado al hartazgo: cuando un amigo me envía una foto de grupo en la que salgo yo, lo cual, antes, era un actos social que se agradecía, hoy me produce el vómito, porque de ese grupo suelo tener más de una docena de imágenes.
Termino con una paradoja: coincidiendo con la banalización de la fotografía en el ámbito personal o social, se produce un mayor aprecio por la fotografía artística o de autor, que está desplazando, en galerías y ferias de arte, a la pintura.
Mi agradecimiento por tu atención y por tu visión crítica, o sea, no rutinaria: la primera condición para ser crítico es tener criterios.
Javier