Esta mañana, sin saber por qué,
me vino el recuerdo de un día muy lejano
en el que, con tu música, me
hablaron tus sentimientos. Hasta ese día la Serenata de Shubert me había
parecido de un romanticismo un poco empalagoso, pero al oír en aquel tocadiscos
renqueante un viejo vinilo con la versión para piano y violín, me sonó con un
encanto muy especial, con una gracia insospechada y un valor añadido que nunca
pudo soñar su autor. Me dijiste que aquella música, de no haberse adelantado
Shubert, la habrías compuesto tú. Lo dijiste con un poco de timidez, como
temiendo una burla por mi parte. Pero yo, bien lo sabes, allá donde estés, si
guardas, como yo, algún vago recuerdo de aquel día, no me reí. Lo que quizás no
sepas es que el respeto casi reverencial con que la escuché no era fingido. La
Serenata estaba sonando en mis oídos, en aquel instante, como algo nuevo. Tu
pueril confesión hizo que la sintiera como nunca hasta entonces. Porque en ella
te veía a ti. Y estaba convencido, completamente convencido, de que aquella
música era tuya, que aquella música eras tú.
Para oír la música que
da título a esta entrada, conecta los altavoces y pincha en el enlace (duración:
2,45 minutos)