sábado, 29 de septiembre de 2012

APUNTES DEL VERANO 2012 (Y III)


APUNTES DEL VERANO 2012 (y III)

Trillizas

En un descanso de la lectura, bajo mi acogedora sombrilla plantada a pocos metros de la orilla del mar, miro el paisaje humano que desfila por la arenosa pasarela que se extiende ante mí. Pasa una hermosa señora acompañada por unas preciosas trillizas adolescentes, copias exactas de ella. Desde la sombrilla vecina, otro mirón como yo comenta en voz alta: “¡Vaya señora!, parece que le han implantado una fotocopiadora intrauterina”.

La ola de calor

La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET)  ha marcado el ritmo social del verano.
Entre las conversaciones de intercambio informativo durante la primera semana sobre cuándo hemos llegado a la playa y sobre qué día nos iremos (última semana), se producía un vacío de comunicación humana que las invasiones de medusas no lograban llenar, y tampoco la prima de riesgo, el déficit o la evolución de la Bolsa, temas sobre los que corríamos un tupido velo.
Pero nos salvó la AEMET anunciando con diez días de anticipación la llegada de una ola de calor, llenando así el hueco con conversaciones de enjundioso calado.
Al principio: “Qué calor vamos a pasar”
Días después: “¡Uf, qué calor hace!”
Y, a ola pasada: “Vaya un calorcito que hemos pasado”
Estas cosas no las viven quienes se van a veranear al norte -al Cantábrico, al Pirineo…-, porque, inevitablemente, nos contarán a su llegada que tenían que dormir con una manta. Lo que me recuerda que hace muchos años, cuando el antiguo régimen se resquebrajaba y por las rendijas se colaban “osadías” prohibidas hasta entonces, alguien escribió: “La secreta aspiración de los varones españoles que veranean en el sur es acostarse con una sueca, y la de los que veranean en el norte, acostarse con una manta”.

Visiones de neurastenia

Somnoliento, esperando que amainen los demoledores efectos de la cena y la sobremesa de anoche, me dedico a observar, desde mi cómodo mirador antropológico a la orilla del mar, a esos sacrificados ejemplares de la fauna estival que, con el pretexto de hacer ejercicio, corren desesperadamente hacia no sé dónde y ellos, quizás, tampoco. Empiezo a ver cosas muy raras que traen a mi memoria las “Visiones de neurastenia” de Wenceslao Fernández Flórez.  Detrás de una rolliza y sudorosa señora, y pese a su desenfrenada velocidad, veo correr un “michelín” celulítico en forma de morcilla de Burgos a punto de alcanzarla. Pisándole los talones a un velocista desencajado, que no conseguirá evitar que le atrape, veo una generosa tripa cervecera disfrazada de Angela Merkel.
Oigo un ruido a mis espaldas y no necesito volverme para saber que la neurastenia, vestida de psicoanalista argentino, está leyendo lo que escribo por encima de mi hombro. Lo que me faltaba. Me prometo fervientemente no alargar tanto la sobremesa de las cenas, como la de anoche, que duró hasta el amanecer. Y se me nota.

viernes, 14 de septiembre de 2012

APUNTES DEL VERANO 2012 (II)



Sol y sombra

He llegado muy temprano a la playa. A esta hora está solitaria y yo, con mi sombrilla, mi silla y mi libro, parezco el dueño del cortijo, o el guarda, según se mire. Me sumerjo en la lectura, ajeno al mundo que me rodea. La invisible esfera de mi intimidad se ve invadida repentinamente por una joven de agradable orografía corporal exhibida con generosidad. Extiende una toalla a un metro escaso de mí y, antes de tumbarse bajo un Sol de justicia, procede con sensual delectación a untarse, en sucesivas capas, un cóctel de salsas, pomadas y cocimientos varios que, si yo estuviera a estas horas para la lírica, diría que una suave brisa trae hasta mí su embriagador aroma, pero lo cierto es que la apestosa pócima me hace estornudar hasta cinco veces seguidas. Aunque intento concentrarme en la lectura, un inocente pensamiento fugaz me perturba: con tanta pringue como ha extendido por toda la parte visible y vistosa de su anatomía, si alguien quisiera abrazarla tendría que ponerse cadenas para no resbalarse. Descartado mi sex-appeal, que, si alguna vez lo tuve ha ido disminuyendo implacablemente durante los últimos cuarenta años, busco una razón que explique satisfactoriamente su invasiva proximidad, y no tardo en encontrarla: sin yo haberlo notado, la playa, hasta donde la vista alcanza, ha ido empedrándose con cuerpos broncíneos, todos tendidos al Sol, y el último espacio que había disponible era el ocupado por mi recién llegada vecina.
Bajo mi acogedora sombrilla me paro a pensar que todas las piezas yacentes de la alfombra humana que me rodea están adorando al dios Sol, a semejanza de muchos pueblos primitivos, y que yo, gracias al dios Sol, estoy un peldaño por encima en la escala de la civilización, porque del Sol lo que de verdad adoro es la sombra.


Los buenos amigos y los malos amigos

Un compañero del instituto, al que solo veo en verano, me contaba que se había propuesto la relectura, durante las vacaciones, de sus lejanos y buenos amigos de juventud, casi caídos en el olvido (Somerset Maugan, Stefan Zweig… o totalmente olvidados (William Saroyan…). Comenzó por Stefan Zweig, el gran escritor, biógrafo genial, con su “María Antonieta”, pero un [mal] amigo, para fastidiar, le reventó el final diciéndole que a la protagonista le cortan la cabeza. A partir de entonces, para evitar esa clase de golpes bajos, solamente lee atrincherado en la clandestinidad de su retrete, y el único libro que exhibe públicamente es “Las nuevas aventuras de Mortadelo y Filemón”.

Un encuentro peligroso

Me he cruzado con ella, nada más pasar el rompeolas, cuando yo entraba en el mar y ella salía. La miro de reojo. Es bella y delicada como una porcelana rosada y transparente. Se acerca lentamente hacia mí con una cadencia sinuosa y aparentemente casual, como arrastrada por el flujo y reflujo de las aguas. Me parece peligrosa y me pongo en guardia. Demasiado tarde. En un movimiento inesperado ha tocado mi mano derecha. Experimento una desagradable y desconocida sensación, como una descarga eléctrica. ¡Maldita medusa!

sábado, 1 de septiembre de 2012

APUNTES DEL VERANO 2012 (I)


Una familia de geometría variable

Al comenzar mis vacaciones playeras, Radio Mochuelo (o sea, el portero de la urbanización) ya me lo había advertido con una enigmática sonrisita:
-Tiene usted nuevos vecinos en el piso de arriba.
Yo no suelo prestar demasiada atención a los cuatro o cinco partes diarios que emite el diligente y voluntarioso informador con el ánimo de crear un positivo espíritu comunitario (“Los vecinos del 1ºB consumen muy poco agua; yo creo que ni se duchan”; “Los del ático C reciben a gente muy rara. Seguro que son nudistas y sólo se visten para disimular”). Tampoco la información sobre mi nuevo vecino me interesó demasiado, aunque la recordé frecuentemente: el ruido de pisadas en el apartamento de arriba era permanente, de día y de noche; por la escalera se veía un continuo trasiego de niños, siempre distintos… Pero, en fin, peores vecinos había tenido.
Un día coincidí en el ascensor con un desconocido de aspecto deplorable: despeinado, sin afeitar y con unas pronunciadas ojeras; la camisa y el pantalón estaban pidiendo a gritos que les dieran unas vueltecitas por la cubeta de la lavadora. Pero lo que más llamaba la atención era su chocante palidez a esas alturas del verano, cuando todos lucíamos una piel atezada que era la envidia de los pollos asados en su jugo. Tras un primer saludo, se presentó.
-Me llamo Carlos. Vivo en el 3ºA, ¿y tú?
-Encantado, Carlos, yo soy Javier y vivo debajo de ti.
-Ah, qué casualidad. Oye, creo que somos una familia algo ruidosa. No sé si te molestamos mucho.
-No te preocupes, Carlos, peores golpes da la vida. Pero, ¿dónde te metes, hombre? En quince días que llevo aquí no te he visto nunca.
-Ay, Javier, si yo te contara.
Esa es la frase introductoria de quienes te lo terminarán contando. Habíamos llegado a mi piso y, cuando salí del ascensor, él lo hizo detrás de mí.
-Subiré andando el tramo que falta. Pero te debo una explicación por las molestias que te ocasionamos.
Lo invité a entrar en mi casa y, entre trago y trago de cerveza, me contó su ajetreado verano. Tenía lo que él llamaba una familia de geometría variable, sorprendente expresión que significaba que el volumen de la tropa infantil podía oscilar entre uno y siete niños.
Carlos se había casado dos veces y sus parejas, otras dos. Cada una de esas cuatro uniones había tenido sus frutos, reflejados puntualmente en el Censo Nacional de Población. Hasta ahí, nada llamativo, eso pasa en las mejores familias. Pero mi vecino, para su desgracia, había comprado el piso en la playa y, el muy infeliz, lo había puesto a disposición de toda esa caterva infantil.
Su generosidad se vio recompensada con la presencia de sus cuatro hijos (dos con su actual esposa y otros dos con la anterior), más dos hijos de un primer matrimonio de su mujer y uno de la segunda pareja de su primera esposa. Si no conté mal con los dedos mientras él hablaba, me salían siete, y los siete, correspondiendo a la generosidad de Carlos, estaban de vacaciones en su piso.
-¿Puedes creer, Javier, que todavía, en quince días, no he podido pisar la playa ni bajar a la piscina? Así estoy de paliducho y agotado. Y todavía quedan otros quince días; no creo que sobreviva.
Dicen los físicos que el movimiento continuo no existe, pero las desdichadas vacaciones de mi vecino estaban poniendo en cuestión dicho principio.
-Horrible, Javier, horrible. Para muestra, el día de hoy, y así han sido todos. Esta mañana ya he ido al aeropuerto a recoger a H5, el hijo mayor del primer matrimonio de mi segunda mujer, que venía de Dublín. No te extrañe lo de H5; he tenido que numerarlos y ponerle un dorsal a cada uno para llevar un mínimo control. Pero continúo: después del aeropuerto he ido a la estación del tren para dejar a H4 con destino Madrid, donde pasará una semana (¡aunque volverá!) con su madre. Esta tarde, según mi agenda, tendré que recoger a H6 en un campamento infantil que hay a cien kilómetros de aquí y llevar a la estación de autobuses a H2, que ahora mismo ni sé quién es ni tengo puñetera idea de a dónde va. En estas circunstancias no es raro que un día apareciera en mi casa un niño sin dorsal al que había secuestrado no sé en qué aeropuerto o en qué estación; o que el sábado pasado se me perdiera H1 (apareció por la noche, cuando extendimos las camas plegables: se había quedado atrapado en una de ellas).
-Gracias, Javier -terminó-, esta es la primera cerveza que puedo tomar tranqui... ¡¿Tranqui-quéeee?! ¡¡¡Pero si son ya las siete y el campamento de H6 está a más de una hora de aquí y el autobús de H2 ya habrá salido!!!