Sol y sombra
He llegado muy temprano a la
playa. A esta hora está solitaria y yo, con mi sombrilla, mi silla y mi libro, parezco
el dueño del cortijo, o el guarda, según se mire. Me sumerjo en la lectura,
ajeno al mundo que me rodea. La invisible esfera de mi intimidad se ve invadida
repentinamente por una joven de agradable orografía corporal exhibida con
generosidad. Extiende una toalla a un metro escaso de mí y, antes de tumbarse
bajo un Sol de justicia, procede con sensual delectación a untarse, en
sucesivas capas, un cóctel de salsas, pomadas y cocimientos varios que, si yo
estuviera a estas horas para la lírica, diría que una suave brisa trae hasta mí
su embriagador aroma, pero lo cierto es que la apestosa pócima me hace estornudar
hasta cinco veces seguidas. Aunque intento concentrarme en la lectura, un inocente
pensamiento fugaz me perturba: con tanta pringue como ha extendido por toda la
parte visible y vistosa de su anatomía, si alguien quisiera abrazarla tendría
que ponerse cadenas para no resbalarse. Descartado mi
sex-appeal, que, si alguna vez lo tuve ha ido disminuyendo implacablemente durante
los últimos cuarenta años, busco una razón que explique satisfactoriamente su invasiva
proximidad, y no tardo en encontrarla: sin yo haberlo notado, la playa, hasta
donde la vista alcanza, ha ido empedrándose con cuerpos broncíneos, todos
tendidos al Sol, y el último espacio que había disponible era el ocupado por mi
recién llegada vecina.
Bajo mi acogedora sombrilla
me paro a pensar que todas las piezas yacentes de la alfombra humana que me
rodea están adorando al dios Sol, a semejanza de muchos pueblos primitivos, y
que yo, gracias al dios Sol, estoy un peldaño por encima en la escala de la
civilización, porque del Sol lo que de verdad adoro es la sombra.
Los buenos
amigos y los malos amigos
Un compañero del instituto,
al que solo veo en verano, me contaba que se había propuesto la relectura,
durante las vacaciones, de sus lejanos y buenos amigos de juventud, casi caídos
en el olvido (Somerset Maugan, Stefan Zweig… o totalmente olvidados (William
Saroyan…). Comenzó por Stefan Zweig, el gran escritor, biógrafo genial, con su “María Antonieta”, pero un [mal] amigo, para
fastidiar, le reventó el final diciéndole que a la protagonista le cortan la
cabeza. A partir de entonces, para evitar esa clase de golpes bajos, solamente
lee atrincherado en la clandestinidad de su retrete, y el único libro que exhibe
públicamente es “Las nuevas aventuras de
Mortadelo y Filemón”.
Un encuentro
peligroso
Me he cruzado con ella, nada
más pasar el rompeolas, cuando yo entraba en el mar y ella salía. La miro de
reojo. Es bella y delicada como una porcelana rosada y transparente. Se acerca
lentamente hacia mí con una cadencia sinuosa y aparentemente casual, como
arrastrada por el flujo y reflujo de las aguas. Me parece peligrosa y me pongo
en guardia. Demasiado tarde. En un movimiento inesperado ha tocado mi mano
derecha. Experimento una desagradable y desconocida sensación, como una descarga
eléctrica. ¡Maldita medusa!
Considerando que don Javier anda entre los 50 y 60, noto que se empeña en no ser viejo verde al describir a la sujeta empastelada en menjurjes anti-solares, pero le abono por la obvia razón de la ráfaga inmunda de la que él llama "apestosa pócima", su desgano. ¡Nada qué hacer!, ellas se encargan de matar el encanto de su presencia, con su manía de querer asolearse, pero sin asolearse.
ResponderEliminarUn placer leerlo, don Javier.
Es un placer su blog, siempre con ese ounto de ironía...
ResponderEliminarAnónimo