sábado, 1 de septiembre de 2012

APUNTES DEL VERANO 2012 (I)


Una familia de geometría variable

Al comenzar mis vacaciones playeras, Radio Mochuelo (o sea, el portero de la urbanización) ya me lo había advertido con una enigmática sonrisita:
-Tiene usted nuevos vecinos en el piso de arriba.
Yo no suelo prestar demasiada atención a los cuatro o cinco partes diarios que emite el diligente y voluntarioso informador con el ánimo de crear un positivo espíritu comunitario (“Los vecinos del 1ºB consumen muy poco agua; yo creo que ni se duchan”; “Los del ático C reciben a gente muy rara. Seguro que son nudistas y sólo se visten para disimular”). Tampoco la información sobre mi nuevo vecino me interesó demasiado, aunque la recordé frecuentemente: el ruido de pisadas en el apartamento de arriba era permanente, de día y de noche; por la escalera se veía un continuo trasiego de niños, siempre distintos… Pero, en fin, peores vecinos había tenido.
Un día coincidí en el ascensor con un desconocido de aspecto deplorable: despeinado, sin afeitar y con unas pronunciadas ojeras; la camisa y el pantalón estaban pidiendo a gritos que les dieran unas vueltecitas por la cubeta de la lavadora. Pero lo que más llamaba la atención era su chocante palidez a esas alturas del verano, cuando todos lucíamos una piel atezada que era la envidia de los pollos asados en su jugo. Tras un primer saludo, se presentó.
-Me llamo Carlos. Vivo en el 3ºA, ¿y tú?
-Encantado, Carlos, yo soy Javier y vivo debajo de ti.
-Ah, qué casualidad. Oye, creo que somos una familia algo ruidosa. No sé si te molestamos mucho.
-No te preocupes, Carlos, peores golpes da la vida. Pero, ¿dónde te metes, hombre? En quince días que llevo aquí no te he visto nunca.
-Ay, Javier, si yo te contara.
Esa es la frase introductoria de quienes te lo terminarán contando. Habíamos llegado a mi piso y, cuando salí del ascensor, él lo hizo detrás de mí.
-Subiré andando el tramo que falta. Pero te debo una explicación por las molestias que te ocasionamos.
Lo invité a entrar en mi casa y, entre trago y trago de cerveza, me contó su ajetreado verano. Tenía lo que él llamaba una familia de geometría variable, sorprendente expresión que significaba que el volumen de la tropa infantil podía oscilar entre uno y siete niños.
Carlos se había casado dos veces y sus parejas, otras dos. Cada una de esas cuatro uniones había tenido sus frutos, reflejados puntualmente en el Censo Nacional de Población. Hasta ahí, nada llamativo, eso pasa en las mejores familias. Pero mi vecino, para su desgracia, había comprado el piso en la playa y, el muy infeliz, lo había puesto a disposición de toda esa caterva infantil.
Su generosidad se vio recompensada con la presencia de sus cuatro hijos (dos con su actual esposa y otros dos con la anterior), más dos hijos de un primer matrimonio de su mujer y uno de la segunda pareja de su primera esposa. Si no conté mal con los dedos mientras él hablaba, me salían siete, y los siete, correspondiendo a la generosidad de Carlos, estaban de vacaciones en su piso.
-¿Puedes creer, Javier, que todavía, en quince días, no he podido pisar la playa ni bajar a la piscina? Así estoy de paliducho y agotado. Y todavía quedan otros quince días; no creo que sobreviva.
Dicen los físicos que el movimiento continuo no existe, pero las desdichadas vacaciones de mi vecino estaban poniendo en cuestión dicho principio.
-Horrible, Javier, horrible. Para muestra, el día de hoy, y así han sido todos. Esta mañana ya he ido al aeropuerto a recoger a H5, el hijo mayor del primer matrimonio de mi segunda mujer, que venía de Dublín. No te extrañe lo de H5; he tenido que numerarlos y ponerle un dorsal a cada uno para llevar un mínimo control. Pero continúo: después del aeropuerto he ido a la estación del tren para dejar a H4 con destino Madrid, donde pasará una semana (¡aunque volverá!) con su madre. Esta tarde, según mi agenda, tendré que recoger a H6 en un campamento infantil que hay a cien kilómetros de aquí y llevar a la estación de autobuses a H2, que ahora mismo ni sé quién es ni tengo puñetera idea de a dónde va. En estas circunstancias no es raro que un día apareciera en mi casa un niño sin dorsal al que había secuestrado no sé en qué aeropuerto o en qué estación; o que el sábado pasado se me perdiera H1 (apareció por la noche, cuando extendimos las camas plegables: se había quedado atrapado en una de ellas).
-Gracias, Javier -terminó-, esta es la primera cerveza que puedo tomar tranqui... ¡¿Tranqui-quéeee?! ¡¡¡Pero si son ya las siete y el campamento de H6 está a más de una hora de aquí y el autobús de H2 ya habrá salido!!!


1 comentario:

  1. Divertidísimo!!! Y verídico como la vida misma de estos tiempos.

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