El día 12 de enero se cumplen
50 años de la muerte de Ramón (Gómez de la Serna, por supuesto) pero yo voy a
conmemorar el 133 aniversario por puro ramonismo. Si a él le hubieran dado un
billete de regreso para celebrar su 50 aniversario, estoy seguro de que lo
hubiera celebrado a los 40 años, o a los 27, o a los 215: así era Ramón... incluso
después de muerto.
Qué difícil es recordar a
Ramón con la limitación de espacio que me he autoimpuesto. Una vida tan rica,
original, transgresora y extravagante no cabe en 700 palabras. Llamar
extravagante a Ramón no es un insulto, sino un elogio. Ramón era un
extravagante porque vagaba por los extremos para salirse del marco de lo
convencional. Ramón estuvo por delante de todas las vanguardias. Cuando
cualquier vanguardia que se preciara necesitaba asentarse en París y acuñar su
correspondiente “ismo” (dadaísmo, futurismo, surrealismo...), él se permitió
ejercer en España.
El nombre de Ramón se asocia
inmediatamente a las Greguerías, porque un autor que publicó un centenar de
libros (novela, teatro, ensayo, biografía) y miles de artículos de prensa,
conocido, traducido y homenajeado en todo el mundo, sólo es recordado, además
de sus Greguerías, por su autobiografía. Esa curiosidad por su autobiografía y
la ignorancia casi total por su obra significa una cosa: que su mejor obra fue
su propia vida.
Las Greguerías son la obra
más conocida y que más se identifica con Ramón. Él mismo las definió como
HUMORISMO + METÁFORA, y no fue esta la más acertada de sus definiciones o
greguerías. Porque la greguería es eso y mucho más: son frases ingeniosas y
agudas, pequeños poemas, microrrelatos, metáforas, juegos de palabras... y
mucho más. Publicó su primer volumen de Greguerías en 1917 y escribió más de
10.000. Por la antedicha limitación de espacio, he tenido que seleccionar una
muestra microscópica que, estoy seguro, va a dejar a mis esforzados lectores
con la miel en los labios.
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Tal era la
descarada naturalidad de aquel cuadro con montañas y luna, que grité para ver
si me contestaba el eco. Después de eso no me volvió a invitar aquella
marquesa.
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Lejanas velas
como servilletas en el banquete del mar.
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El arco del
violín cose como aguja con hilos notas y almas, almas y notas.
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Al atardecer
pasa en vuelo rápido una paloma que lleva la llave de cerrar el día.
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Entre los
carriles de la vía del tren crecen las flores suicidas.
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Si ya ha caído
el rayo, el aviso del trueno sobraba.
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Cuando una mujer
pide ensalada de fruta para dos, perfecciona el pecado original.
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Consejo
superfilosófico: hágase una fotografía, y si sale es que existe.
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Lo más difícil
de digerir de un banquete es la pata de la mesa que nos ha tocado en suerte.
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La llave nos
gasta la broma de hacer que como que no es de la cerradura que es.
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Una gran mentira
que contar a los niños es que para ordeñar a los camellos hay que apretarles la
joroba.
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Mataba el tiempo
vengándose de antemano de lo que el tiempo iba a hacer con él.
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Adán no se
divorció de Eva porque no encontró abogado.
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Lo más humano
que tiene la calle es el recodo.
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Cuando contamos
por lustros nuestra edad, es que queremos dar lustre a nuestros años.
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El que no deja
deudas deja deudos.
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¿Ha pensado
alguien en la película en esperanto? Sería esperantosa.
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Más vale soltar
el pájaro que tenerlo en la mano.
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Panacea es la
cesta del pan.
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Mujer con chal:
mujer chalada.
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El tiempo no es
oro: es purpurina.
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Pensamiento
consolador: el gusano también morirá.
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¿Qué es la
ilusión? Un suspiro de la fantasía.
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Lo más
importante de la vida es no haber muerto.
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La frase que más
reúne la vida y la muerte es la de “¡Estoy hecho polvo!”
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