Respetada señora:
La duda me atormenta y la preocupación me paraliza. ¿Es cierto lo que se dice de usted? ¿Es usted realmente eso que dicen que es? Perdone mis rodeos, señora, pero me da miedo escribir esa palabra que empieza por “c” y que tan profusamente se le está aplicando en los últimos tiempos. Ya sabe, aquello que acuñó un alcalde jerezano: que “la Justicia es un cachondeo”.
Sin llegar a tamaña osadía, voy a aprovechar, sin embargo, el río revuelto para decirle, señora, que su imagen física me ha preocupado siempre.
La venda sobre sus ojos me produce escalofríos. La Justicia, señora Justicia, debería mirar con mil ojos en vez de tapárselos. ¿Quizás es que no le gusta lo que ve? Si algún día me la encontrara cara a cara, me gustaría poderla mirar a los ojos, y que usted mirara a los míos, en vez de ponernos a jugar a la gallinita ciega.
Su brazo derecho, elevado, sin temor al abandono del desodorante, sosteniendo la balanza, no me cae mal del todo. Solo le falta la caja registradora para parecerse a una verdulera del mercadillo que hay al lado de mi casa. Y no me diga, señora Justicia, que nunca usa registradora porque usted es gratuita. Otro día le diré cuál es el coste real de la justicia gratuita.
Sobre la tremenda espada que sostiene su mano izquierda, señora, no me gustaría hablar… pero tampoco callar (por cierto, ¿por qué en la mano izquierda?). Es un arma disuasoria, lo sé, pero, por favor, tenga cuidado, que las armas las carga el diablo. Sin contar la mezcla explosiva: manejar una espada con los ojos vendados puede ser más peligroso que un mono borracho conduciendo por la autopista.
Del resto de su imagen poco puedo decir. La amplia túnica que la cubre permite adivinar, más que ver, una figura metida en carnes, o sea, y perdone la forma de decirlo, que parece ser usted algo pesada.
Espero anhelante su respuesta, con la esperanza de que no sea una citación. Soy tan crédulo que creo en usted, señora, y quisiera seguir creyendo. Sáqueme de la duda. ¿Es usted de verdad un cachondeo? ¿Es usted pura e inocente y el cachondeo lo ponen sus compañeros de viaje, o sea, sus administradores?
Se despide, señora Justicia, poniéndose respetuosa y humildemente a sus pies, su seguro servidor.
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