Aunque parezca que este artículo fue escrito ayer, al hilo del debate parlamentario con el que se intenta poner coto al despilfarro presupuestario, tiene 19 años: lo publiqué en Septiembre de 1992 en una revista empresarial de Pamplona, cuando estaban finalizando la Expo y las Olimpiadas. No lo resucito para presumir de profeta, porque ser profeta es fácil… cuando la historia es una película proyectada en sesión continua
Siempre se ha considerado el colmo de la mala suerte que montes un circo y te crezcan los enanos, pero hay algo peor: que despiertes de un sueño, descubras que no tenías circo y, encima, resulte que el enano eras tú. Pero fue un hermoso sueño… mientras duró.
Era un circo muy divertido en el que sólo había que mirar, cómodamente sentado, sin necesidad de trabajar. Se repartían premios para todos, casi siempre en metálico: alargabas la mano y… ¡premio para el señor!
Los prestidigitadores hacían maravillas: unos, metían monedas en la chistera y las hacían desaparecer; otros te quitaban el reloj, la cartera y la ropa interior mientras te contaban una película, y ni te enterabas; los que más cobraban por su trabajo eran los hipnotizadores: con toda sencillez, sin complicados utensilios, construían con el humo de sus puros brillantes fantasías que te parecían reales: empresas, solares, urbanizaciones…
El espectáculo desbordaba música, color, globos, banderas. Pequeños trenes cruzaban la pista a alta velocidad; atléticos artistas corrían, saltaban, nadaban, se lanzaban pelotas de todos los tamaños, les daban medallas y se ponían muy contentos. El público aplaudía y lo pasaba muy bien. Era un gozo ver cómo se reían y disfrutaban con todo.
Los que más abundaban eran los payasos: payasos por todas partes, alegres y desenfadados unos, penosos y patéticos otros.
Atractivas rifas con y sin bote, todos los días; chispeantes charlatanes a todas horas; animales exóticos con forma humana; encantadores de serpientes; solemnes jefes de pista con bandas, cruces y medallas; brillantes fuegos artificiales…
… Y la traca final, que fue, precisamente, la que nos despertó. Habíamos entrado dulcemente en el sueño, arrullados por seductores cantos de sirena que nos decían que éramos altos, guapos y ricos y nos despertamos tal como éramos. Nos acostamos sobre lo que creíamos una soberbia piel de toro y descubrimos, al levantarnos, que era una devaluada piel de burro.
Pero más vale despertar tarde que no salir nunca del sueño de los bobos.
Javier se bienvenido. Me encantan tus artículos.
ResponderEliminarLos profetas, son sencillamente personas con una carga superior de sentido común.