viernes, 23 de diciembre de 2011

EL HOMBRE QUE LEÍA ENTRE LÍNEAS


Se acercaba a la última página del libro. Le quedaban dos o tres ideas, que perdería de un momento a otro. Sabía que era irremediable, pero no podía luchar. Ni lo intentaba. El deseo era superior a las débiles fuerzas que aún hubiera podido oponer.
Mientras pasaba con ansiedad la mirada por los espacios existentes entre los renglones, recordaba el ya lejano día en que noleyó su primer libro. Quedó fascinado al mirar entre líneas, página tras página, desde la primera hasta la última. Las sensaciones de aquella nolectura tardaron en borrarse, pero una pasión incontrolable le había vencido para siempre.
Desde entonces solo vivió para noleer. Cada noche pasaba, en ávida nolectura, sobre tres o cuatro libros. Su biblioteca, que le llenaba de orgullo, había desbordado hacía mucho tiempo las estanterías primitivas, inundando, como una marea sin reflujo, el resto de la casa. Las habitaciones, los pasillos y los baños llegaron a ser irreconocibles en una orografía cambiante de libros apilados: escarpados desfiladeros de novela negra, mesetas imprevistas de premios literarios, acantilados inestables de literatura política… Aunque no la echó en falta, hacía cinco años que había perdido la cama bajo varios cientos de tratados argentinos sobre casi todo. Solo respetó los itinerarios imprescindibles: angostos laberintos que conducían al sillón de nolectura nocturna.
Cuanto más crecía la biblioteca, mayor era su angustia ante la impotencia para hacer que los días fueran más largos. El tiempo se le iba entre líneas. La vida le parecía insufriblemente corta para poder noleer la inmensa cantidad de libros que se editaban en el mundo. Porque su pasión había derribado las fronteras idiomáticas y, con el mismo embeleso que pasaba la vista entre líneas escritas en su lengua nativa, lo hacía con libros de idiomas desconocidos o de escrituras exóticas. Los caracteres cirílicos, el alfabeto árabe o los signos ideográficos orientales no suponían una barrera a su sed de nolectura.
Con los años había llegado a adquirir una extensa nocultura y el mundo de sus noideas se ensanchó hasta límites que ya rozaban el vacío absoluto.
Era consciente de que el libro que tenía entre las manos sería el último. Si durante la lectura las ideas fluyen desde el libro hasta el lector, la nolectura practicada con tan absorbente dedicación había invertido el proceso, vaciándose sus ideas en miles de libros noleídos con la lentitud e insistencia de una gota de agua inevitable y fatal.
Pasó la vista entre las dos últimas líneas del libro y la marea negra de las noideas conquistó las células recónditas de los pliegues más olvidados de su cerebro.
Cerró lentamente el libro y, con una sonrisa nueva, lo dejó descuidadamente en el suelo. El mundo se abría ante él, ofreciéndole el bocado exquisito reservado a los elegidos. Recostando la cabeza en el respaldo del sillón, empezó a saborear el triunfo que su falta de ideas le iba a deparar en…
… ¿En qué actividad? Era su única duda. No sabía si dedicarse al arte o a la política,  a la enseñanza o a la filosofía, a…
Mañana, sin prisas, lo decidiría.

lunes, 12 de diciembre de 2011

ENCUENTROS EN LA RED



Se habían encontrado casualmente un buen día navegando por Internet. Eran dos prodigiosos cibernautas de extraordinaria habilidad, que simpatizaron en seguida.
Establecieron sus puntos de encuentro en el ancho y etéreo mundo de La Red, aunque eludiendo, por supuesto, redes sociales, chats y otros lugares propios de aficionadillos. Se conocían por sus nombres de guerra. La edad, el sexo, el lugar de residencia y otras circunstancias determinantes en la relación convencional de las personas carecían de importancia entre los fieles de la nueva religión.
Pero eso era al principio. Después de vivir juntos la apasionante aventura de entrar en los ordenadores del Fondo Monetario Internacional para sembrar un virus que hacía aparecer con rigurosa puntualidad, cada cuarto de hora, un matasuegras desplegándose en todas las pantallas, mientras sonaba la voz de María Dolores Pradera cantando “Devuélveme el Rosario de mi madre y quédate con todo lo demás”; después de burlar las trampas más sofisticadas y de reventar tortuosos laberintos de seguridad para acceder a datos financieros, secretos de estado e intimidades de alcoba; después de intercambiar trucos y experiencias, de compartir divertidos juegos de ingenio y navegar por las mismas rutas cogidos de la tecla durante muchas horas de cada día, él empezó a sospechar que su colega era una mujer y ella determinó con absoluta seguridad que la otra parte era un hombre. Se tendieron mutuamente sutiles e infructuosas emboscadas para confirmarlo y, con el tiempo, nació entre ellos un sentimiento al que, con desenfado, llamaron ciberamor, sin poder evitar que en sus santuarios, a la tenue luz lechosa de los monitores, un desconocido rubor inundara las mejillas de los entrañables colegas.
El paso siguiente fue establecer una cita. Pero no la habitual cita en La Red, sino como las de antes, a pie de esquina y con normas convencionales para reconocerse. Él, que en realidad era una vivaracha anciana que se llamaba Pilar, llevaría en la mano un extremo del cable del ratón, el cual se arrastraría por el suelo como una rara mascota momificada. Ella, un mozalbete imberbe que respondía al nombre de Federico, luciría un colgante hecho con un disquete de primera generación, casi una pieza de museo. Sus comunicaciones preparatorias de la cita fueron alegres y divertidas, pero, a pesar de su habilidad de avezados exploradores de mensajes, ninguno de ellos detectó el inquieto nerviosismo del otro.
El día señalado para su esperado encuentro a la luz del sol desconectaron sus equipos para salir a la calle y se sintieron desnudos, frágiles y vulnerables.
Ninguno de los dos acudió a la cita

viernes, 2 de diciembre de 2011

LA CODORNIZ, 70 ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO



El año está a punto de terminar y La Codorniz, en el 70 aniversario de su nacimiento, se me estaba escapando viva, pero más vale tarde que nunca para recordar una publicación que, con sus luces y sus sombras, aglutinó una irrepetible cantidad de talento. Sus colaboradores de la primera época, fueron definidos muy merecidamente por José López Rubio como “la otra generación del 27”.
Es difícil encontrar un censo de personas o personajes al que se pueda aplicar con tanta propiedad y justicia, como al de los colaboradores de La Codorniz, la frase “Están todos los que son y son todos los que están”, o sea, ninguno falta y ninguno sobra. Es casi imposible encontrar un solo humorista en activo durante los treinta y siete años de vida  (1941-1978) de la autodenominada “revista más audaz para el lector más inteligente”, que no hubiera pasado por sus páginas.
Fue fundada en mayo de 1941 por Miguel Mihura, que la dirigió durante sus primeros tres años. Álvaro de Laiglesia le sucedió en la dirección, hasta 1977, publicándose su último número en diciembre de 1978.
En su primera época albergó un humor surrealista, disparatado y absurdo, en la línea de algunos movimientos europeos entre guerras; eran los cimientos de lo que llegaría a reconocerse como “humor codornicesco”. La portada del primer número era casi una declaración de principios del espíritu con el que Mihura pretendió ungir a su recién nacida criatura: firmada por Tono, aparecían unos personajes cuyo grafismo caracterizaría parte de la obra posterior de su autor, con el siguiente texto dialogado:
-Caramba, don Jerónimo, está usted muy cambiado.
-Es que yo no soy don Jerónimo.
-Pues más a mi favor.
En la larga etapa de Álvaro de Laiglesia, La Codorniz fue ganando en compromiso y atrevimiento, adaptándose a la lenta evolución de las condiciones políticas, y rebasando a veces el límite del posibilismo, lo que le valió multas y cierres, aunque no tantos como se le atribuyeron. Por ejemplo, fue famosa una sanción por publicar en una portada este ripio: “Almohadín es almohadón / como cojín es a X, / y nos importan tres X / que nos cierren la edición”. Años después, Álvaro de Laiglesia desmentiría la veracidad de tal sanción. También llegó a decirse que La Codorniz era un instrumento del régimen franquista para demostrarnos que la censura no era tan rígida como creíamos. En cualquier caso, no se puede discutir que vivió momentos de gran creatividad, siendo una de las pocas publicaciones que refrescaron el ambiente en aquellas épocas hoscas y grises.
El mejor homenaje, dictado por el agradecimiento, que se le puede hacer a La Codorniz en su aniversario es recordar, además de los ya mencionados, a algunos de sus colaboradores, seleccionados entre el centenar de ellos que aparece en diversas fuentes, y que dan una idea de la masa crítica de humor y buena literatura que fue posible gracias a una revista de pobre continente pero de contenido inmensamente rico:
Cándido, Chumi, Noël Clarasó, Fernández Flores, Forges, Gila, Ramón G. de la Serna, Enrique Herreros, Jardiel Poncela, Mena, Mingote, OPS, Máximo, Edgar Neville, Serafín, Summer, Vincent, V.M. Reviriego…

miércoles, 23 de noviembre de 2011

PARÁBOLA FUTURISTA

(Fragmentos de un manuscrito anónimo fechado en el año 2059)

Hace mucho tiempo había un país en el que todo se veía negro. La economía era negra y la gente estaba negra. El dinero era negro; los días, negros también y las noches, más. La política, las aguas y hasta las páginas amarillas eran negras. Los que mandaban en aquel país, unos desde dentro y otros desde fuera, con una brocha gorda, daban nuevos toques y retoques negros.
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Cómo estarían las cosas, que se encargó a un grupo de expertos la elaboración de un Libro Blanco sobre la economía y les salió negro.
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- ¿La salida, por favor?
- ¿Ve usted aquella mancha negra que hay en el fondo?
- No.
- Pues allí está la salida.
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La Historia no guarda memoria  de cómo sucedió. Había sido de repente. Unos días antes, todo era una explosión de colores, de luces, de banderas, de sonrosados jubilados en mares azules; de luminosos fuegos artificiales en las ferias y brillantes fuegos naturales en los montes. No se sabe cómo apareció la nube negra que envolvió en un instante al país. Algunos dijeron que salió de debajo de las alfombras, y otros que estaba metida en un armario; incluso hubo quienes afirmaron haberla visto venir del extranjero.
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Los fragmentos del manuscrito reproducido se interrumpen aquí, por lo que me he permitido imaginar dos finales para que los lectores puedan elegir.

Primer final:
Todo aquello ocurrió hace muchísimos años. La vida de cada día, actualmente, parece desarrollarse con normalidad, pero en los atlas de todo el mundo aquel país sigue apareciendo gris. A pesar del tiempo transcurrido, sus gentes, sus casas, sus gobiernos y sus instituciones no consiguen superar la prueba del algodón.

Segundo final:
Un buen día todos se decidieron a trabajar más y mejor; los que gobernaban se dedicaron a gobernar; se descubrió que, bajo las toneladas de derechos que habían ido acumulándose, también había algunos deberes olvidados. Las luces y los colores fueron ganándole terreno a las sombras anteriores y, al cabo del tiempo, el único parado que quedó en aquel país fue el pelmazo de la prueba del algodón.

sábado, 12 de noviembre de 2011

POLÍTICAMENTE INCORRECTO, MA NON TROPPO


En Francia hay tantas leyes, que nadie puede estar seguro de no ser colgado
Atribuido a Napoleón Bonaparte

Madre elefante / se paseaba, embriagada, / entre los murmullos del bosque./
Caminando, su pata / aplastó a madre perdiz. / Las crías gritaron asustadas./
 Madre elefante / sintió cómo sus lágrimas / mojaban sus ojos. /Yo seré  también, /
 una madre bondadosa; / quiero daros calor. / Y, con sus cuatrocientos kilos /
 de materno amor, / se sentó dulcemente / sobre el nido.
Armand Gatti (V de Vietnam)

Dentro de pocas semanas habrá un nuevo gobierno en España, al cual quiero darle un consejo interesado, muy interesado: que a todos los cargos públicos municipales, autonómicos y nacionales con capacidad legislativa o normativa, sin merma de su sueldo, se les exima de acudir a sus respectivos despachos o de colocar las excelentísimas posaderas en sus escaños. A grandes males, grandes remedios: tras una concienzuda observación he llegado a la conclusión de que los padres de la patria son tan laboriosos e imaginativos, tan amorosos, protectores y abnegados, que, nada más montarse en el coche oficial para ir al trabajo, empiezan a pensar qué nos van a prohibir ese día para salvarnos de nosotros mismos.
El estupidario nacional se ha enriquecido recientemente con una valiosa joya. En el cartel promocional de la película Larry Crowe: Nunca es tarde, sus protagonistas (Julia Roberts y Tom Hanks) aparecen montados en una moto, ¡sin llevar el casco!, lo cual le ha costado al productor una multa de 30.000 euros porque, según el razonamiento que justifica la mordida al sentido común, se nos pretende salvar de la tentación de conducir temerariamente. La estupidez sigue el conducto reglamentario, con casco y en cascada: la Dirección General de Tráfico se ha apoyado para imponer esa sanción, retorciéndolo hasta el límite, en el artículo 52 de la Ley de Tráfico, que prohíbe la publicidad con vehículos a motor en las que se infrinjan leyes de tráfico.
Otra espada de Damocles sobre nuestras cabezas: si los diputados y diputadas elegidos y elegidas llegaran a ocupar sus escaños en vez de quedarse en sus casas, podría caernos una Ley de Igualdad de Trato, aprobada en Consejo de Ministros, que la disolución anticipada de las Cortes dejó en un limbo donde ojalá se pudra. Con tal ley en la mano, entre otras aberraciones a mitad de camino entre la hilaridad y el sonrojo, podrían empapelarnos por llamar negro a un negro o cojo a un cojo, salvo que podamos aportar pruebas que demuestren que nuestra intención no era discriminatoria (y que conste que quien esto escribe luce desde hace cinco años una discreta y elegante cojera). Olvidémonos, pues, de los chistes de negros y de cojos, y también de tartamudos, bilbaínos, catalanes, mujeres… Menos mal que siempre nos quedará Lepe. En el caso de que se llegara a aprobar, debería llamarse Ley de lo Políticamente Correcto, que nos obligaría a alcanzar la alta cota de necedad que llevó a un anónimo periodista a titular así una noticia: “Llega a la costa de Tarifa una patera con sesenta afroamericanos de Mali”.
¡Socorro! ¿Quién nos protege de nuestros protectores?

martes, 1 de noviembre de 2011

EL_FIN_DEL_MUNDO.COM

Internet se llenó y explotó. Así, de pronto, sin previo aviso. Silenciosamente, sin la trompetería del Apocalipsis, llegó el fin del mundo. ¿El fin del mundo? Seamos modestos: digamos el fin de un mundo. Cerrada la posibilidad de acudir a Wikipedia o a la prensa digital, pocos se enteraron de que cada varios millones de años se había producido un fin del mundo (o el fin de un mundo) por las más variadas causas: el choque con un  gran asteroide, la ceniza de una insaciable cadena de volcanes, glaciaciones, un ligero hipo solar de varios centenares de grados centígrados…  ¿Pero, cómo ha sido este fin de nuestro mundo? Nunca lo sabremos. Siempre hay una última gota. Quizás un anónimo internauta, en un recóndito lugar del planeta, intentó poner en el ciberespacio el último bit  de un mensaje banal. Estalló la burbuja. Creíamos que, gracias a la capacidad ilimitada de Internet, habíamos conseguido una plaza en la eternidad, pero llegó el vacío, y en el vacío no se transmite el sonido. Un mundo en el vacío es un mundo muerto.
Los motores de búsqueda dieron sus últimas boqueadas, como el pez recién sacado de su elemento. Los mil millones de enganchados a las redes sociales y a los chat se quedaron, de repente, convertidos en seres solitarios, flotando en la nada, sin esos centenares de amigos sin rostro que tenían, y también sin historia, al haberse disuelto su perfil en una dimensión desconocida. Perdida la comunicación por correo electrónico, se intentó masivamente por vía telefónica, pero la  impensada sobrecarga destrozó líneas, enlaces y antenas. Las oficinas bancarias, desconectadas de sus centros de datos, cerraron sus puertas para frenar la avalancha de los clientes que habían descubierto, aterrorizados, que sus tarjetas de crédito, “el dinero de plástico”, eran ya unos tristes e inservibles trozos de plástico. La actividad económica se paralizó; las Bolsas no podían recibir las órdenes de compra y venta de valores; las fábricas y los grandes almacenes quedaron desabastecidos al perder el contacto con proveedores y centros logísticos; las policías nacionales también lo perdieron con Interpol; los médicos, con los historiales de sus pacientes. Los más afectados fueron los servicios de inteligencia (vulgo, espías) que perdieron la escasa inteligencia que les quedaba.
Habíamos vivido bajo un techo de cristal: todo lo nuestro estaba colgado en recintos que se decían virtuales, aunque quienes husmeaban en nuestras interioridades no lo eran. Ahora somos dueños de nuestra intimidad, pero esa libertad la estamos celebrando solos, en un nuevo mundo de solitarios del que, por mucho que pulsemos “Escape” en  el inerte teclado de nuestro ordenador, no podemos escapar.
¿Habrá vida después de la vida?



viernes, 21 de octubre de 2011

AYER PERDÍ LA VIRGINIDAD

Ayer perdí la virginidad: leí un libro electrónico. Al ser la primera vez, quise hacerlo con alguien de confianza, y elegí a Julio, un breve relato de Julio Cortázar.
Mis hijos me lo habían regalado por el cumpleaños de su madre; quiero decir que ella, al recibirlo, sujetándolo por una esquina con la punta de los dedos, me lo dio diciendo: “Toma, dime cómo funciona esto”. Algo así como si el emperador me hubiera invitado a probar su comida por si estaba envenenada. El artilugio venía sin libro de instrucciones; mejor dicho, había una escueta instrucción que decía que el libro de instrucciones estaba en la propia memoria del libro electrónico, o sea, que para saber cómo funcionaba, había que hacerlo funcionar previamente. Empezábamos bien.
Pero no quiero cansar a mis sufridos lectores con peripecias electrónicas, para pasar a mis reflexiones y consideraciones meramente bibliófilas y sentimentales.
Para mí, la lectura siempre ha estado unida a una liturgia sensual añadida al contenido y al placer intelectual de la obra literaria. Si la lectura de un libro es un acto de amor; ¿por qué ir directamente al grano? Mi ritual, cuando el libro es de reciente publicación, comienza quitándole delicadamente la faja que algunos traen con informaciones sobre el número de ediciones, reseñas críticas, premios obtenidos… Le acaricio después el lomo y la cubierta para sentir su textura; valoro su peso: éste se puede leer en la cama, éste en el sillón y en el cuarto de baño, éste sólo sobre la mesa… Después, cuando se abren sus páginas ante mí, percibo el olor de la tinta fresca y el tenue ruido que emiten, al pasarlas, cuando se rompe el ligero velillo que había dejado en sus bordes el último corte de la cizalla. Entonces, y solamente entonces, se puede pasar al acto. Al acto de la lectura. Y cuántas sensaciones y recuerdos acompañan al viejo libro que se saca de la estantería para releerlo; es como reverdecer un viejo amor y rememorar aquella primera vez: la dedicatoria del autor en algunos casos; el tique de compra olvidado entre sus páginas; los subrayados y comentarios marginales; los granos de arena dentro del que se disfrutó en la playa o el billete de transporte del que se leyó en un autobús; el orgullo del buscador de tesoros cuando encontró aquella primera edición…
¿Llegará a haber tanta vida detrás de un libro electrónico? ¿Cómo será, en el futuro, mi relación con ese artilugio? No sé si, con el paso del tiempo, la comodidad, el precio u otras ignotas ventajas  me soplarán arteramente al oído la invitadora tentación de rendirme. Si llegase ese día, cada vez que pasara por delante de una librería cambiaría de acera, nostálgico y avergonzado. En mi casa, desde sus estanterías, mis viejos amantes me recordarían la traición.


viernes, 14 de octubre de 2011

ELSÍNDROME POST-VACACIONAL

En nuestro Siglo de Oro [de las Indias], nobles y señores con más orgullo que hambre, siendo ésta mucha, se esparcían migas de pan por barbas y gorgueras para que sus pares y vecinos creyeran que habían comido.
En época más cercana, las familias venidas a menos (en crisis, diríase ahora) reeditaban la precariedad y el orgullo de aquellos señores y, al llegar el verano, se encerraban en sus casas, bajaban las persianas, vivían a oscuras, hablaban en susurros y se deslizaban con pasos sigilosos. Todo ese ceremonial era para que los vecinos no se enteraran de que no habían podido salir de vacaciones (de veraneo, decíase entonces).
Hace más de treinta días que regresé de mis vacaciones. El bronceado que adornaba mi epidermis, aunque suave y discreto, me hubiera permitido presumir de veraneo ante mis amistades; sin embargo, desde entonces me he encerrado en mi casa, he bajado las persianas, vivo a oscuras, hablo en susurros y me deslizo con pasos sigilosos. ¿Para qué esas precauciones? Para que mis amigos y vecinos no se enteren de que ya he vuelto, evitando así que me inviten a tomar un cafelito en su casa. Es una trampa. Después del cafelito comenzaría la proyección, horas y horas de suplicio, de todos los vídeos grabados durante las vacaciones: primero, los niños de la familia chapoteando en las olas de la bajamar; seis horas más tarde de tortura, los niños de la familia siguen chapoteando en las olas, ya de la pleamar; después, los niños de la familia haciendo castillos en la arena y derribándolos, y haciéndolos otra vez y derribándolos; entre derribo y derribo, planos, con un alocado zoom, de los actores secundarios de la familia (los abuelos y el perro).Tengo que reconocer que ninguno de mis amigos tiene el talento de Antonioni, pero, para ser sincero, debo también confesar que, aunque parezca imposible, son todavía más aburridos que el cineasta italiano.
Y para qué hablar de los que no tienen videocámara y su herramienta de tortura es una cámara fotográfica y una afición desenfrenada a darle gusto al dedo. Una proyección de más de quinientas fotografías, contando con la colaboración necesaria de un tipo llamado Power Point, o algo así, me tocó sufrir un día del año pasado de infausto recuerdo.
Estas son las razones de mi enclaustramiento. El temor a los amigos es el verdadero síndrome post-vacacional, y no el que se han inventado los periodistas y los psicólogos.
Pero en mi despensa han empezado a aparecer telarañas y voy a salir a la calle a reaprovisionarme. Después de buscar sin éxito por toda la casa una ropa de camuflaje o un disfraz adecuado, he tenido que fabricarme una barba postiza con los flecos de la alfombra del salón. Espero que los grandes maestros de la imagen que tengo por amigos no me reconozcan. Por si acaso, he mirado a la calle por las rendijas de la persiana, que es como ponerle al mundo un código de barras. No hay peligro. Vía libre, creo.

viernes, 7 de octubre de 2011

APUNTES DEL VERANO (y III)

 El Glamour
Veraneando en un lugar calificado de glamouroso por la prensa del corazón y de otras parcelas anatómicas ubicadas dos palmos más al sur, dediqué una parte de mi tiempo a sentar las bases de una nueva ciencia: la Glamourología.
Mis reflexiones y observaciones no me llevaron a puerto definitivo, acabando en un cúmulo de pinceladas inconexas, interrogantes sin respuesta e hipótesis sin verificar, lo cual me dejó bastante satisfecho, porque la sabiduría es una hija de la duda.
El glamour ha puesto en cuestión la física y la metafísica; a saber: incomprensiblemente, es al mismo tiempo sólido, líquido y gaseoso; tangible e intangible; ha pulverizado el dilema shakesperiano del “ser o no ser”, porque el glamour “es y no es”; ha obligado a reformular el Principio de Arquímedes (“Una persona sumergida en glamour experimenta un empuje vertical hacia arriba equivalente al peso de la envidia que provoca”).
Los glamourosos se alimentan de humo (salir en una foto de revista, recibir una invitación a un coctel en una casa bien...), pero, cuando necesitan una alimentación más sólida, parece ser que tienen la obligación de ir a comer, bajo pena de invisibilidad e inanición, a todas las cenas benéficas que organizan los glamourosos pata negra.
La aproximación zoológica al colectivo nos descubre una amplia variedad: nuevos ricos, viejos pobres, pijos, progres, esnobs, play boys, gente insustancial que sale en la tele porque es famosa porque sale en la tele, personajes de mariposeado y cambiante ayuntamiento (y no me refiero a esa institución espesa y municipal que pone multas y hace como que barre las calles, sino a la acción y efecto de ayuntarse o ajuntarse). En cualquier caso, afinando en el análisis, se pueden identificar las diferentes clases, desde un glamour pueblerino y casposo hasta el odorífero y exquisito de los cenáculos selectos.
Me ha parecido detectar en el glamour las trazas y características de una religión adoradora de las diosas Frivolidad y Fortuna: tiene grandes profetas (Dior, Saint Laurent…); libros sagrados (la revista Vogue, entre otros), textos de catequesis iniciática (Hola, Lecturas…), templos (las pasarelas de la moda), grandes santuarios (las alfombras rojas y, muy especialmente, con rango catedralicio, la de la entrega de los Oscar), sumos sacerdotes (gurús que dictan modas y tendencias que, cuando hablan ex cátedra, que es siempre, crean doctrina); creen en la vida eterna (la eterna belleza, la eterna juventud)…
La pelota queda en el tejado de las universidades, que debieran pensar muy seriamente en crear el grado de Glamourología. La aproximación científica a esa materia requeriría la multidisciplinar conjunción de departamentos de psicología, zoología, sociología, antropología, economía, periodismo, y la supervisión de una señora, por sorteo entre las suscriptoras de Hola. Ya quisieran muchas titulaciones universitarias tener tanta sustancia y contenido. Y si a las universidades les faltase audacia para llegar tan lejos, habría que promover otras iniciativas: un curso de verano, un parque temático, un espacio protegido, un centro de interpretación… El glamour es un tema de estudio demasiado serio y alguien tiene que poner los medios, porque si no, como se extinga la especie, va a venir Greenpeace y la va a liar, como con las ballenas.

viernes, 30 de septiembre de 2011

APUNTES DEL VERANO (II)


Los personajes y situaciones que aparecen en estos Apuntes no son reales, con la excepción de aquellos que sí lo son
Vida social
Cuando se tienen muchos amigos en el lugar de veraneo, la vida social es intensa. Durante la primera semana, la conversación recurrente consiste en un interesante intercambio de información sobre cuándo llegaron y cómo fue el viaje. En la última semana nos preocupamos de averiguar cuándo se van. Solamente quedan unos pocos días para el desarrollo del espíritu en conversaciones de más profundo contenido, como, por ejemplo, lo bien que se come en el nuevo restaurante que han abierto en el casco antiguo. (Los malpensados se están equivocando si creen que esto es un sarcasmo; ¿acaso no saben que la gastronomía es cultura, y que los cocineros están recibiendo la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes?).

Una vecina muy limpia
La dueña del apartamento vecino nos invitó a tomar una copa en su casa, aunque, para ser más preciso, tendría que decir que nos invitó a su cocina, porque el acceso al salón estaba rigurosamente prohibido para que no se empañara el deslumbrante suelo de mármol que nos enseñó, orgullosa, desde el vestíbulo.
La cocina, aún siendo amplia, era el camarote de la película de los Hermanos Marx Una noche en la ópera, sólo que en versión 3D y glorioso Technicolor, porque allí nos apilábamos la anfitriona, los hijos y sus amigos, el marido y sus compañeros de partida, nosotros y un señor bajito que se había equivocado de piso.
Al terminar la cuarta copa insinué inocentemente que debiéramos hacer un curso acelerado de levitación para poder estar más anchos en el salón sin manchar el suelo.
A partir de ese día, nuestra vecina dejó de saludarnos en la escalera y no volvió a invitarnos a ir a su cocina, pero lo que más me dolió fue el quinto espacio intercostal por el codazo que, con más vigor que disimulo, me propinó mi santa institución matrimonial.

Una leyenda playera
Se habla mucho de las leyendas urbanas, pero casi nada, y también las hay, de las playeras; unas y otras, suelen ser falsas.
Una extendida leyenda playera dice que, frente al mar, se te vacía la mente porque el ruido de las olas es como un mantra que, en vez de ayudar a la meditación, paraliza y adormece el pensamiento.
Para desmontar esa leyenda, he decidido escribir este apunte al arrullo de las olas rompiéndose a pocos metros de mí, y… bueno, pues eso…eeee…eso es lo que quería contar… creo… o sea, de lo que estábamos hablando… pero, ¿de… de… de qué estábamos hablando?

(Continuará. Próximo Apunte: El glamour)

viernes, 23 de septiembre de 2011

APUNTES DEL VERANO (I)

 Mujeres Ejemplares

Los personajes y situaciones que aparecen en estos Apuntes no son reales, con la excepción de aquellos que sí lo son

Pasé unas semanas en una glamourosa ciudad playera con mi block de notas dispuesto a observar su fauna humana con lupa, microscopio, telescopio, periscopio, e incluso un teodolito que no sé cómo funciona. Mi primera observación fue que las señoras que veía olían tan bien y vegetaban con tan lánguida dejadez e inmovilidad en las terrazas de los bares y en las tumbonas de la playa, que más que a la fauna parecían pertenecer a la flora del lugar.

***

Coincidí en una cena con una señora que, bajo la apariencia distante y altiva de una fría diosa, latía un corazón de oro. Aunque estaba dando órdenes continuamente a su acompañante masculino, de vez en cuando sacaba del bolso una galletita y se la tiraba; él conseguía alcanzarla en el aire con la boca… algunas veces.
Pero sería injusto tacharla de exigente. Mujer de mundo, gran conocedora de los hombres y de nuestras limitaciones, no esperaba que sus órdenes fueran bien ejecutadas para echar el premio de la galletita; se conformaba con que no se hiciera demasiado mal. Gran mujer.

***

Lo más inesperado y feliz de un buen día fue que una joven y guapa señora corrió por la calle detrás de mí, cosa que hacía cincuenta años que no ocurría.
Era la vendedora de prensa. Al pagarle, yo había confundido las monedas, dándole un euro de más, y ella corrió para devolvérmelo.
Al día siguiente, me “equivoqué” voluntariamente, pero ella no me persiguió y se quedó con el euro. Moraleja: las mujeres son inconstantes, pero ahorradoras.
Superaré la frustración. Quizás tenga que esperar otros cincuenta años para que se repita la gratificante experiencia.
(Continuará)

viernes, 16 de septiembre de 2011

LISTAS ELECTORALES

En Mayo de 1987 estábamos, como ahora, en vísperas de elecciones. En una revista empresarial navarra publiqué por aquel entonces lo que sigue. Lo resucito sin necesidad de respiración artificial y lo traigo aquí porque demuestra los esfuerzos que hacen los partidos políticos, tanto ayer como hoy, para buscar líderes que hablen claro. Bien clarito.

Cuenta la historia que el filósofo griego Diógenes iba por calles y plazas de Corinto con un candil, en pleno día, en interminable búsqueda del hombre. Rodeado de multitudes, no lograba encontrarlo.
Aquel singular personaje ha reaparecido en las calles y plazas de nuestro país multiplicando su imagen como en un laberinto de espejos, pues no otra cosa que frenéticos y repetidos diógenes parecen los responsables de confeccionar las listas para las próximas elecciones.
-¡Un hombre, un hombre! –pregonan-. Ofrezco cabezas de lista, a elegir.
Hace varios días, hablando en la barra de un bar con un amigo, tuve la fugaz sensación de que alguien trataba de escuchar nuestra conversación, por lo que decidí cambiarla por una perorata engolada y grandilocuente.
-Se puede asegurar que la coyuntura, esquemáticamente considerada, y siempre que no se descontextualice el flujo de información residual, está en una fase parecida a la que Marcuse, en la prehistoria de la pre-post-ultra modernidad, definió como…
No me dejaron terminar. Siete individuos se abalanzaron sobre mí desde distintos puntos del bar, disputándose la pieza.
-¡Maravilloso, político nato!
-Eres el número uno que estaba buscando para la lista.
-¡Yo lo vi primero!
-¡Aparta, facha!
-Firma aquí.
-¡Ese rojo, a la cola!
Unas adolescentes que se aburrían alrededor de una tónica animaron su languidez con el revuelo y, sin saber qué pasaba, me gritaron, por si acaso:
-¡Queremos un nieto tuyo!
Hace veinte años, en el Antiguo Régimen, cuando alguien osaba disertar de semejante forma en la barra de un bar, se le acercaba un misterioso sujeto con barbas, camisa de cuadros y pantalón de pana, diciendo en voz baja:
-Te invito a dar una conferencia en un Colegio Mayor.
Para que luego digan que el país no ha prosperado.

Otro acontecimiento que reverdece la actualidad de ésto es el centenario del nacimiento de Cantinflas. La palabra cantinflear aparece ya en el Diccionario de la R.A.E: “Hablar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada”. La realidad imita al arte

viernes, 9 de septiembre de 2011

PREVISIONES ECONÓMICAS AL MINUTO

Como la anterior, y aunque parezca mentira, también esta reseña de información económica que resucito hoy la publiqué hace 19 años (Noviembre de 1992) en una revista empresarial de Pamplona. La historia está empeñada en repetirse

El Ministerio de Economía y Hacienda ha firmado un convenio con la cadena Radio Minuto (1), del grupo PRISA, mediante el cual se le concede la exclusiva de la información sobre las previsiones económicas oficiales.
El Ministerio hará público, cada minuto, un comunicado sobre los datos previstos para el minuto siguiente. Esta medida se ha tomado para evitar los errores que, durante los últimos tiempos, obligaban al Ministerio a modificar frecuentemente los escenarios económicos previstos.
Los agentes económicos han mostrado su satisfacción porque, al fin, podrán saber a qué atenerse durante el minuto siguiente, eliminando así el factor de incertidumbre que estaba atenazando las decisiones sobre inversión y empleo.
Diecisiete minutos después de la firma del convenio, en su comunicado de las 13:43 h, se anunció que el empleo crecería durante el minuto siguiente en un puesto de trabajo y que el Ministerio ampliaría la información en una rueda de prensa que se convocaría con carácter urgente para que el país pudiera conocer los detalles sobre tan excelente y prometedora noticia, que abría expectativas interesantes sobre nuestra castigada economía.
Sin embargo, treinta segundos después, en un comunicado extraordinario, se corregía a la baja la previsión anterior estimándose que, en lo que quedaba de minuto, se reduciría el empleo en dos personas. La rueda de prensa quedó anulada y la Bolsa acogió la noticia con indiferencia porque, ante los rumores que habían circulado quince segundos antes, sus efectos ya habían sido descontados en las cotizaciones.
Esta modificación de las estimaciones, realizadas treinta segundos después de haberse hecho públicas, ha alimentado algunas especulaciones en el sentido de que se estaba impulsando la creación de otra cadena radiofónica, llamada Radio Medio Minuto, para que las previsiones oficiales se pudieran ofrecer, con ciertas garantías de fiabilidad, para dicho horizonte de treinta segundos. Fuentes autorizadas han desmentido estos rumores, reiterando que, desde el Ministerio, se van a extremar los esfuerzos para que las cifras de crecimiento, inflación, empleo y tipos de interés previstos para el minuto siguiente, se cumplan rigurosamente. Salvo fuerza mayor.

(1) La cadena Radio Minuto cerró el año 1993, pero la Fiscalía no pudo demostrar que fuera por culpa de este artículo

domingo, 4 de septiembre de 2011

TODO FUE UN SUEÑO

    Aunque parezca que este artículo fue escrito ayer, al hilo del debate parlamentario con el que se intenta poner coto al despilfarro presupuestario, tiene 19 años: lo publiqué en Septiembre de 1992 en una revista empresarial de Pamplona, cuando estaban finalizando la Expo y las Olimpiadas. No lo resucito para presumir de profeta, porque ser profeta es fácil… cuando la historia es una película proyectada en sesión continua

Siempre se ha considerado el colmo de la mala suerte que montes un circo y te crezcan los enanos, pero hay algo peor: que despiertes de un sueño, descubras que no tenías circo y, encima, resulte que el enano eras tú. Pero fue un hermoso sueño… mientras duró.
Era un circo muy divertido en el que sólo había que mirar, cómodamente sentado, sin necesidad de trabajar. Se repartían premios para todos, casi siempre en metálico: alargabas la mano y… ¡premio para el señor!
Los prestidigitadores hacían maravillas: unos, metían monedas en la chistera y las hacían desaparecer; otros te quitaban el reloj, la cartera y la ropa interior mientras te contaban una película, y ni te enterabas; los que más cobraban por su trabajo eran los hipnotizadores: con toda sencillez, sin complicados utensilios, construían con el humo de sus puros brillantes fantasías que te parecían reales: empresas, solares, urbanizaciones…
El espectáculo desbordaba música, color, globos, banderas. Pequeños trenes cruzaban la pista a alta velocidad; atléticos artistas corrían, saltaban, nadaban, se lanzaban pelotas de todos los tamaños, les daban medallas y se ponían muy contentos. El público aplaudía y lo pasaba muy bien. Era un gozo ver cómo se reían y disfrutaban con todo.
Los que más abundaban eran los payasos: payasos por todas partes, alegres y desenfadados unos, penosos y patéticos otros.
Atractivas rifas con y sin bote, todos los días; chispeantes charlatanes a todas horas; animales exóticos con forma humana; encantadores de serpientes; solemnes jefes de pista con bandas, cruces y medallas; brillantes fuegos artificiales…
… Y la traca final, que fue, precisamente, la que nos despertó. Habíamos entrado dulcemente en el sueño, arrullados por seductores cantos de sirena que nos decían que éramos altos, guapos y ricos y nos despertamos tal como éramos. Nos acostamos sobre lo que creíamos una soberbia piel de toro y descubrimos, al levantarnos, que era una devaluada piel de burro.
Pero más vale despertar tarde que no salir nunca del sueño de los bobos.

sábado, 23 de julio de 2011

LA HEROICA DECISIÓN

Las emisoras de radio estaban, una vez más, como ellas mismas repetían con cansina insistencia, “en el filo vivo de la noticia”. Las intervenciones de las unidades móviles se sucedían ininterrumpidamente para que la población supiese, en cada instante, cuál era la situación real.
La familia, reunida alrededor de la mesa, mantenía la mirada fija en el pequeño receptor de radio. Junto a la puerta, preparado para una rápida salida, esperaba un equipaje no muy voluminoso.
Las noticias se multiplicaban. El número de muertos iba en aumento. Las autoridades comparecían frecuentemente ante los medios para aconsejar prudencia. Las fuerzas de seguridad, la Cruz Roja y Protección Civil actuaban sin descanso. El Ejército no había sido requerido, lo cual, comentado en voz baja entre ambos cónyuges, hizo pensar a la tensa prole que quizás las cosas no habían llegado a su máxima gravedad.
Al avanzar la mañana, nuevas víctimas se añadían a la ya abundante lista. El padre era consciente de su responsabilidad y sabía que el momento de la decisión no podía aplazarse mucho más. Las miradas familiares se clavaron, expectantes, en él y la tensión subió varios grados cuando, tras pasar la vista sobre su familia, se dirigió con gesto heroico hacia la puerta de la casa componiendo la frase que creyó digna de la situación.
-Querida esposa, amados hijos, ¡vayámonos! El apartamento de la playa nos espera y el alquiler empieza a contar a partir de hoy.


DEDICATORIA Y AGRADECIMIENTO
A la Dirección General de Tráfico, que este año ha evitado sus usuales  campañas tremendistas para aterrorizar a la, hoy llamada, ciudadanía.

domingo, 3 de julio de 2011

EL LADRÓN DE IDEAS

Al llegar a su casa después de cerrar la peluquería, abrió, como todas las noches, la cámara blindada donde guardaba las ideas robadas. Cuando terminó de distribuir en los espacios oportunos la cosecha del día, contempló con delectación su ideoteca, de la que tan orgulloso estaba.
Desde muy joven había mostrado su inclinación por la peluquería y, con el paso de los años, llegó a ser un excelente profesional y pudo abrir su propio establecimiento. Un día, ya lejano, mientras reducía a la mínima expresión, a petición del cliente, la abundante cabellera de un excéntrico y conocido filósofo mimado por los medios de comunicación, observó que un racimo de ideas, escapadas de tan privilegiado cráneo, habían quedado enganchadas en las tijeras. Disimuladamente se las guardó en el bolsillo de la bata y, cuando llegó a su casa, las puso encima de la mesa de la cocina y estuvo un largo rato contemplándolas.
Aquel acontecimiento casual cambió su vida. Desde entonces, cada vez que cortaba el pelo a un cliente, le robaba algunas ideas. Con frecuencia eran ideas insulsas y banales, pero a él le daba igual. La pasión de un coleccionista puede, y suele, llegar a nublar el sentido crítico sobre la calidad de sus piezas.
En parte por tratarse de un producto de la rapiña, y también porque había descubierto que las ideas son volátiles, decidió construir una cámara blindada para albergar su ideoteca, que iba alcanzando un volumen descomunal. La cantidad de ideas aumentaba, y no solamente por la aportación del robo de cada día. Una noche había descubierto unas ideas recién nacidas que él nunca había llevado hasta allí: las ideas se reproducían en cautividad. Nunca pudo averiguar si se trataba de generación espontánea o era el fruto de una placentera coyunda de ideas en la cómplice oscuridad de la cámara blindada.
Quizás su felicidad hubiera sufrido un serio quebranto de haber sabido que el chico que barría la peluquería estaba haciendo una ideoteca clandestina con las ideas que se caían al suelo, enredadas en los cabellos cortados, y que esas ideas, que habían intentado la fuga, eran las mejores.

domingo, 26 de junio de 2011

EL HOMBRE SIN CAMISA

Aquel hombre estaba amargado y me lo presentó Manolo. Me contó su historia; su historia triste como casi todas las historias de la vida vulgar.
Era feliz porque no tenía camisa. Y era niño. No tenía amigos. Solo conocía a las flores, a los bosques, a los arroyos y a los vientos. Era feliz. El bosque le despertaba cada mañana con sinfonías maravillosas hechas de trinos de pájaros y susurros de árboles. Pero el viento tuvo envidia de su felicidad y un día arrastró hasta él una hoja de periódico. El hombre feliz la leyó: terremotos, guerras, terrorismo, violaciones… Y, por primera vez, se miró y sintió vergüenza de su desnudez y sintió frío. Se hizo una camisa con la hoja del periódico y dejó de ser feliz. Dejó de ser niño. Se hizo mayor. Y ahora que me lo ha presentado Manolo he notado su amargura, la amargura de estar pagando el precio de un pecado original que no sabía cuál era ni cuándo lo cometió.

jueves, 16 de junio de 2011

LO QUE NO CONTÓ LA FÁBULA DE LA CIGARRA Y LA HORMIGA

Aquel año, cosas del clima, el verano fue muy largo. Las despensas de la hormiga estaban rebosantes. Como todos los años, llegó el invierno y, también como todos los años, la cigarra que cantaba durante el verano sin almacenar reservas, se disponía a componer la canción de la imprevisión antes de morirse de hambre.
Pero aquel año ocurrió un hecho sin precedentes. La hormiga pensó que el invierno es aburrido, que las despensas repletas invitan a la gula, pero también a la pereza, y que era una tontería dejar morir de hambre a la cigarra, siendo una mano de obra barata.
Con las alas mojadas por las primeras lluvias, la cigarra no tenía opción y aceptó el empleo. A cambio de la comida, ella cantaría cuando la hormiga se lo pidiera, prepararía la comida y limpiaría el hormiguero.
La astuta hormiga acababa de inventar el gramófono, el trabajo eventual y la oferta y la demanda. Con menos méritos ha habido Premios Nobel.

jueves, 2 de junio de 2011

AQUELLA NOCHE, CUANDO GRETA GARBO SE DISOLVIÓ EN EL RÍO MISSISSIPI A SU PASO POR SORIA

El tren renqueaba, fragoroso, en las cercanías de Soria.
-¿De qué te conozco? ¿Eres Greta Garbo? Mi padre siempre me hablaba de ti. Te imaginaba distinta. Como… como de otra manera. Más… no sé, más antigua.
Javier bostezó. Ni invitando a Greta Garbo a viajar con él en aquella especie de transiberiano mesetario lograba vencer el aburrimiento.
-Perdona que bostece, pero eres un poco callada, Greta. Y tan blanca… Eso es, pareces… pareces recortada de una revista en blanco y negro. ¿Puedo tocarte? No, no, olvídalo. Si mi padre nos estuviera viendo se enfadaría muchísimo. Él te adoraba. Mira el paisaje, Greta. Soria. Me estoy imaginando los periódicos de mañana: “Ecos de sociedad: Greta Garbo en Soria”. Soria bajo la nieve, Greta. Blanca y fría, como tú. Pero más antigua.
Javier miró hacia la ventanilla. La noche, de repente, había suplantado al paisaje y al otro lado del vidrio su propia imagen le devolvió fijamente la mirada desde otro vagón de otro tren en el que todo era igual. Oscuro. Vacío.
-¿Qué haces en ese tren de ahí fuera, Javier? Entra y te presentaré a… Déjalo. Greta Garbo se ha ido.
La culpa la tuvo el negro del saxofón. Se había sentado en la antigua zona de no fumadores tocando un jazz caliente y sórdido. Las frases musicales se arrastraban, cadenciosas, interminables, por el pasillo del vagón. Greta, tan blanca. El negro, tan negro. Menos la lengua, tan rosa. Y las palmas de las manos, tan ¿de qué color?, acariciando el saxofón. El saxofón, tan metálico, respondiendo a las caricias con una música sensual que intentaba acariciar a Greta y Greta respondiendo con su indiferencia de estatua de papel cuché. Hasta que la pegajosa humedad de Nueva Orleáns –el río, la bahía-, saliendo por todos los poros del saxofón, invadió el vagón.
El aire, irrespirable, tabernario, se llevó a Greta. Se la llevó de golpe. Como un vómito de tinta negra sobre el cuché de la efigie… y desapareció.
“Río Duero, río Duero”, recitaba Machado desde el invisible paisaje exterior. Otro río, el Mississipi, brotando de la lengua rosada del negro del saxofón, inundaba el vagón.
Cuando llegó a la altura de su alfiler de corbata, Javier, con parsimonia, comenzó a afeitarse mojando la brocha en el agua del río.

sábado, 28 de mayo de 2011

EL TRANCE

No se oía el ruido de una mosca, porque hasta las moscas, sorprendidas y contagiadas por el silencio reinante, escondían su desconfianza en los más recónditos lugares.
Los niños de la casa, después de varias horas de inmovilidad antinatural, mantenían la tensión de un resorte a punto de saltar, pero respetaban, sin comprenderlo del todo, el estático silencio de la interminable espera. Solamente sus ojos, muy abiertos, se permitían el movimiento continuo, alternándose las temerosas miradas infantiles entre la puerta de la salita y la patética figura de su madre, sudorosa, desencajada, la vista fija, como queriendo atravesar la cerrada puerta, centro de atención en aquella calurosa tarde veraniega.
Aunque la expectante familia experimentaba la rara sensación de que las orejas se estiraban para aumentar su sensibilidad auditiva, no se captaba ningún sonido procedente de la habitación contigua. Una hora antes, un grito ahogado, como un juramento contenido, había roto el ritual de silencio, pero éste se había impuesto de nuevo.
Hacía más de cuatro horas que el padre, arrastrando una pesada maleta llena de papeles, había cruzado aquella inquietante puerta, cerrándola tras de sí después de recorrer, con una mirada llena de ternura y preocupación, el cuadro familiar que dejaba atrás y de agradecer, con una triste sonrisa, el mudo aliento de su compañera. “Santa mujer, pensó, siempre conmigo en los trances difíciles”.
De pronto, un ruido de muebles, quizás el vuelco de una silla, seguido de unos pasos que se aproximaban a la puerta, electrizaron el espinazo de todos durante los eternos segundos que tardó en abrirse la puerta.
El padre, saliendo de la salita, se enfrentó a su familia con aspecto cansado. En su mano derecha, temblorosa,  se exhibían unas pocas hojas de papel azulado. Había envejecido en las últimas cuatro horas. Sin embargo, un débil brillo en el fondo de sus pupilas fue la señal para que su esposa,  intuitiva, traductora infalible de sus más íntimos gestos, respirase tranquila, recostando su castigado y tenso cuerpo en el respaldo de la silla.
El penoso trance había pasado. La declaración de la renta había resultado negativa.

sábado, 21 de mayo de 2011

CARTA ABIERTA A LA JUSTICIA


Respetada señora:
La duda me atormenta y la preocupación me paraliza. ¿Es cierto lo que se dice de usted? ¿Es usted realmente eso  que dicen que es? Perdone mis rodeos, señora, pero me da miedo escribir esa palabra que empieza por “c” y que tan profusamente se le está aplicando en los últimos tiempos. Ya sabe, aquello que acuñó un alcalde jerezano: que “la Justicia es un cachondeo”.
Sin llegar a tamaña osadía, voy a aprovechar, sin embargo, el río revuelto para decirle, señora, que su imagen física me ha preocupado siempre.
La venda sobre sus ojos me produce escalofríos. La Justicia, señora Justicia, debería mirar con mil ojos en vez de tapárselos. ¿Quizás es que no le gusta lo que ve? Si algún día me la encontrara cara a cara, me gustaría poderla mirar a los ojos, y que usted mirara a los míos,  en vez de ponernos a jugar a la gallinita ciega.
Su brazo derecho, elevado, sin temor al abandono del desodorante, sosteniendo la balanza, no me cae mal del todo. Solo le falta la caja registradora para parecerse a  una verdulera del mercadillo que hay al lado de mi casa. Y no me diga, señora Justicia, que nunca usa registradora porque usted es gratuita. Otro día le diré cuál es el coste real de la justicia gratuita.
Sobre la tremenda espada que sostiene su mano izquierda, señora, no me gustaría hablar… pero tampoco callar (por cierto, ¿por qué en la mano izquierda?). Es un arma disuasoria, lo sé, pero, por favor, tenga cuidado, que las armas las carga el diablo. Sin contar la mezcla explosiva: manejar una espada con los ojos vendados puede ser más peligroso que un mono borracho conduciendo por la autopista.
Del resto de su imagen poco puedo decir. La amplia túnica que la cubre permite adivinar, más que ver, una figura metida en carnes, o sea, y perdone la forma de decirlo, que parece ser usted algo pesada.
Espero anhelante su respuesta, con la esperanza de que no sea una citación. Soy tan crédulo que creo en usted, señora, y quisiera seguir creyendo. Sáqueme de la duda. ¿Es usted de verdad un cachondeo?  ¿Es usted pura e inocente y el cachondeo lo ponen sus compañeros de viaje, o sea, sus administradores?
Se despide, señora Justicia, poniéndose respetuosa y humildemente a sus pies, su seguro servidor.

domingo, 15 de mayo de 2011

EXÁMENES DE FIN DE CURSO

Una historia que pudo haber sido…

Confundido por esa tontucia analfabeta que le pone sexo al género y género al sexo, aquel profesor de lengua española, cuando un alumno escribió en una redacción “las sillones”, consideró que era una violencia de género gramatical. No solamente lo suspendió, sino que, diligente cumplidor de la ley, fue al juzgado de guardia para denunciarlo. Por si acaso.


… y otra historia que fue.

Me la contó una amiga mía, profesora de instituto. En un examen escrito, cuando terminó de repartir las hojas con las preguntas y cuestiones a responder, un alumno levantó la mano y expuso su razonable reivindicación: “Seño, usted no nos había dicho que el examen era de pensar”. El confuso y confeso cenutrio esperaba que el examen fuera de tipo test, con las leyes de la probabilidad (cara o cruz) jugando a favor de su enciclopédica ignorancia.

domingo, 8 de mayo de 2011

CUESTIÓN DE TAMAÑO

Aquel lector apresurado no tenía tiempo para leer una novela y se pasó al cuento. Pero todavía le faltó tiempo y se aficionó al minirrelato. Para que siga siendo un fiel esclavo del monstruo insaciable de la prisa, le ofrezco la oportunidad de elegir lectura a la carta: milirrelato, microrrelato o nanorrelato ¿Será por tamaño?

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MILIRRELATO

Título: LA LINEA DEL HORIZONTE (*)
No lloraba por sus raíces perdidas.
No lloraba la lejanía de su familia.
No lloraba por la mugrienta buhardilla de la pensión que lo albergaba.
No lloraba por su trabajo gris y sin futuro.
Lloraba porque en aquella gran ciudad, cuando extendía la mirada a su alrededor desde el ventanuco de la habitación, sólo veía bloques de viviendas, cemento y humo.
En el pueblo se había dejado la línea del horizonte.

(*) El título se lo he robado a la pintora Trinidad Romero. Por su oficio siempre tiene enfrente la línea del horizonte. Quizás me apropie, en un futuro, de otros sugerentes títulos de ese oficio: el punto de fuga, la divina proporción, la sección áurea…

MICRORRELATO

Título: EL HOMBRE VERDE
Su corazón y su mente eran de un verde visceral y sincero. Amaba la naturaleza. Un día tuvo una gran idea. Se le encendió la bombilla. ¡Pero la bombilla no era de bajo consumo!
Arrepentido de su agresión al medio ambiente, decidió no volver a tener grandes ideas. Triunfó en política.

NANORRELATO

Título: ME HAN HABLADO DE UN RÍO QUE NACIÓ EN ITALIA Y ALLÍ SIGUE
Po.

lunes, 2 de mayo de 2011

EL PAÍS SUMERGIDO

 
Los primeros síntomas, que afectaban a una elevada proporción de la población, habían aparecido durante el verano, pero nadie les había prestado la debida atención. Al fin y al cabo, unas pequeñas escamas en la piel eran, pensaban todos, la consecuencia lógica y anualmente repetida del paso por las playas; ya se sabe, el salitre, el sol…
Al entrar el otoño, y esto empezó a preocupar a dermatólogos y alergólogos, las escamas no habían desaparecido. Incluso, se comentaba en reuniones médicas casi clandestinas, en bastantes casos habían aumentado de tamaño, formando una especie de epidermis parecida a… -los especialistas de la piel se reían al decirlo, con carcajadas breves y forzadas- …parecida a la de un pez.
La gente, por las calles, empezó a mirarse con ojos acuosos, inquietantes y fríos. Los oftalmólogos más brillantes del país celebraron una especie de cónclave, donde solamente uno de ellos se atrevió a decir lo que todos pensaban: que a la población se le estaba poniendo ojos de pez.
Era como si las manos perdieran fuerzas. Las cosas que se intentaban coger caían, sin remedio, al suelo. Incluso las más livianas: el lápiz, el cigarrillo. Una tenue membrana empezó a formarse entre los dedos y parecía que los brazos de todos estuvieran disminuyendo de tamaño. Los traumatólogos no pudieron reunirse porque no consiguieron pulsar las teclas del teléfono para comunicar con sus colegas, pero todos ellos hubieran dicho que las extremidades de los habitantes de aquel país se estaban transformado en aletas. En aletas de pez.

Varios siglos más tarde, saltó a los medios una apasionante noticia: un grupo de aventureros submarinistas había descubierto un país sumergido. No se trataba de una reliquia arqueológica (en el año 2390 nadie se sorprendía ya de ese tipo de hallazgos), sino, y ahí estaba el interés de la noticia, de un país vivo y en aparente actividad. Era un país como los demás, pero sumergido: su economía estaba totalmente sumergida; había un gobierno que sumergía las crisis y gozaba de una oposición sumergida; los verdaderos poderes, antiguamente llamados fácticos, mandaban sumergidos, más sumergidos que nadie; un curiosos juego al que los nativos llamaban La Bolsa o algo parecido, funcionaba mediante mecanismos sumergidos. Aparentemente, todo era normal. Se hubiera dicho que era un país perfecto, de no ser porque sus sumergidos habitantes, en la necesidad biológica de adaptarse al medio, habían llegado a tener piel de pez, ojos de pez, aletas de pez, memoria de pez…

viernes, 8 de abril de 2011

ENNIO FLAIANO

La primera entrada de este blog que se estrena hoy, debe ser, por justicia, una reseña de Ennio Flaiano, el cual, como se dice en el título, es quien lo ha inspirado.
Ennio Flaiano (1910-1972), periodista, novelista, dramaturgo y autor de varios libros de notas y comentarios personales, destacó, sobre todo, por su aportación al cine como guionista. Entre las decenas de guiones que escribió hay que mencionar muy especialmente los de las más emblemáticas películas de Federico Fellini (La Strada, Las noches de Cabiria, La dolce vita, Giuletta de los espíritus…). Es difícil imaginar el cine de Fellini sin la aportación de Ennio Flaiano, la música de Nino Rota y, en una primera época, la entrañable presencia de Giulietta Masina.
Acabo de sacar de mi fondo de biblioteca el “Diario Nocturno”, primera edición en español (1958). Su lomo ha amarilleado por el paso del tiempo y luce con orgullo las heridas honorables de los libros muy leídos. Su venerable aroma actual ha sustituido a aquel olor a tinta fresca y papel reciente que tenía cuando lo leía y lo releía, me impregnaba de la fina ironía de su autor y de la agudeza de sus reflexiones, y gozaba con hallazgos no buscados. Lo acaricio con un cariño que imagino imposible de profesar a un libro electrónico, en el supuesto, remoto, de que alguna vez cayera en la tentación de utilizarlo.
Me prometo volver sobre Ennio Flaiano.